“No estamos ante una erupción inminente, pero sí ante cambios que requieren vigilancia y responsabilidad ciudadana”, advierte Alexandra Alvarado, investigadora del Instituto Geofísico, en una entrevista con Metro Ecuador.
El volcán Guagua Pichincha ha mostrado una serie de cambios en su actividad interna que, si bien no representan una amenaza inmediata, sí obligan a mantener una vigilancia constante. Así lo confirmó Alexandra Alvarado, investigadora del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional, quien explicó que desde finales del año pasado se han registrado varias anomalías: deformación del fondo de la caldera, incremento de temperatura en el cráter, aumento de gases y sismos locales.
Un volcán lento pero activo
“Este es un volcán que nosotros le llamamos un volcán lento, que necesita mucho trabajo para llegar a un proceso eruptivo. El magma es muy viscoso y espeso, lo que impide una salida rápida a la superficie”, señaló Alvarado. “Este tipo de anomalías es normal dentro del comportamiento de un volcán activo, pero deben observarse en su evolución”.
A diferencia de otros volcanes más explosivos, el Guagua Pichincha tiene un historial de erupciones que requieren un proceso lento de acumulación y presión. Eventos como los registrados entre 1998 y 2001 tomaron años en desarrollarse. La experta recalcó que este tipo de actividad no es inédita. Situaciones similares ocurrieron entre los años 2014 y 2016, tras lo cual el volcán volvió a un estado de calma.
Cambios no invisibles
Según los registros del Instituto, el volcán ha presentado emisiones con contenido de dióxido de azufre, un gas asociado con la llegada de fluidos magmáticos. También se ha documentado un leve aumento en el número y tipo de sismos, especialmente aquellos de fractura y de movimiento de fluidos.
“Para hablar de una reactivación real, deberíamos ver un incremento notable de sismos, un aumento importante de temperatura en el cráter, y una emisión significativa de gases en volumen”, explicó la investigadora. Hasta ahora, los cambios son sutiles pero suficientes para justificar el monitoreo técnico diario.
Este monitoreo incluye análisis químicos realizados tanto en Quito como en laboratorios internacionales. Uno de los hallazgos recientes fue la detección de dióxido de azufre, una molécula que no se había registrado en emisiones anteriores del volcán. Aunque no es una cantidad alarmante, representa una señal de perturbación interna.
Prohibido descender al cráter
Uno de los principales riesgos actuales, según Alvarado, son las explosiones freáticas. Estas ocurren cuando el agua acumulada dentro del cráter entra en contacto con altas temperaturas, convirtiéndose en vapor y generando explosiones violentas.
“No es un riesgo visible, pero sí real. Por eso pedimos a la ciudadanía no descender al cráter. La acumulación de gases y el aumento de temperatura lo hacen un lugar peligroso”, indicó.
Estas explosiones pueden lanzar rocas, gases tóxicos y material caliente, siendo un riesgo para excursionistas o visitantes. Además, la forma cóncava del cráter favorece la acumulación de gases, aumentando su concentración en zonas bajas y reduciendo el oxígeno disponible.
Monitoreo permanente y llamado a la prevención
Actualmente, los sismos diarios fluctúan entre 10 y 15, la mayoría imperceptibles. Aunque no hay una alerta de erupción a corto plazo, el Instituto Geofísico mantiene su vigilancia activa y coordina con autoridades municipales y la Secretaría de Riesgos protocolos de respuesta en caso de una eventual evolución.
“Para hablar de una posible reactivación, deberíamos observar un notable aumento de sismos de fractura y de fluidos, una subida fuerte en temperaturas, y mayor presencia de gases en volumen considerable”, explicó Alvarado.
“Quito siempre tiene actividad sísmica, pero hay que diferenciar los sismos por fallas tectónicas de aquellos provocados por el volcán”, dijo Alvarado.
En caso de una futura erupción, el principal impacto para Quito sería la caída de ceniza, dependiendo de la dirección de los vientos. Por ahora, se mantiene una tendencia baja con posibilidad de ascenso gradual, según los registros.