José “Pepe” Mujica, el exmandatario uruguayo, falleció a los 89 años, dejando tras de sí un ejemplo de vida austera y convicciones firmes. En sus últimos días, Mujica manifestó un anhelo particular: hallar sosiego en su hogar rural, lejos de procedimientos médicos invasivos, y ser sepultado allí junto a su leal perra, Manuela.
La paz de su hogar: Su último santuario
Informado de su enfermedad terminal, Mujica solicitó que se le permitiera pasar sus últimos momentos en la tranquilidad de su chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo.
El exlíder buscaba un entorno sereno, alejado del ajetreo y de las intervenciones médicas.
Un descanso eterno junto a Manuela: Un vínculo perdurable
Mujica había dispuesto que sus cenizas fueran esparcidas en el jardín de su residencia, bajo un árbol plantado por él mismo.
Su deseo era reposar junto a Manuela, representación de su conexión con la naturaleza y la sencillez de su existencia.
“Mi futuro destino está abajo de ese escollo, donde está enterrada Manuela (su perra). Cuando me muera, me van a quemar y me van a enterrar ahí”, expresó durante distintas entrevistas.
Manuela, la perra de Pepe Mujica, era coja y por el lazo que los unió recorrió las portadas del mundo por ser la inseparable compañera del ex presidente uruguayo.
Una despedida íntima: Lejos de la ostentación
Esta última petición de Mujica evidencia su rechazo a la ostentación y su preferencia por la autenticidad. Anhelaba una despedida íntima, en su propio territorio, rodeado de lo que consideraba esencial.
En sus últimos días, Mujica compartió su perspectiva sobre la vida y la fe. “Sería bueno que Dios existiera”, expresó, reconociendo su agnosticismo.