La vida del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica se entrelaza con la de Manuela, su perra, en una historia marcada por una profunda lealtad. Mujica reafirmó recientemente su deseo de ser sepultado junto a ella en su chacra, un claro testimonio del vínculo que perduró a lo largo de los años, trascendiendo el ámbito político.
Manuela: un lazo imborrable
Manuela vivió hasta los 22 años, una edad considerable para un perro. Mujica solía destacar esta longevidad al hablar de su compañera canina, resaltando su singularidad.
Tras su muerte por vejez, Manuela fue enterrada bajo un árbol de secoya en la propiedad de Mujica, el mismo lugar que el exmandatario ha elegido como su destino final.
El exmandatario uruguayo en sus distintas entrevistas manifestó su deseo de ser enterrado en el mismo lugar de Manuela, además, en una de aquellas entrevista mostró el sitio.
La “integrante más fiel” de su gestión
Para Mujica, Manuela era mucho más que una simple mascota; era una presencia constante y leal en su vida.
Acompañó a Mujica y a su esposa, Lucía Topolansky, durante más de dos décadas, ganándose el título de la “integrante más fiel” de su gobierno, según el propio exmandatario.
Una historia de lucha y compañía incondicional
La vida de Manuela también estuvo marcada por la capacidad de superar la adversidad.
Un accidente con un tractor le causó una grave lesión en una de sus patas, y posteriormente, un enfrentamiento con otro perro resultó en la amputación de una de sus extremidades delanteras. A pesar de estos desafíos, Manuela permaneció inseparable de Mujica.
La imagen de Manuela, una perra con tres patas, se popularizó gracias a las numerosas entrevistas que Mujica concedió desde su residencia en Montevideo, donde ella siempre estaba a su lado.
Su anhelo de descansar junto a Manuela es la última y conmovedora prueba de este vínculo eterno.