En una nación donde los valores tradicionales y la institución familiar han sido pilares inquebrantables, Ecuador se enfrenta a una realidad paradójica: el divorcio está en aumento, alcanzando cifras históricas que desafían las arraigadas costumbres: 25.555 divorcios se registraron en el 2024.
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Los datos recientemente proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) son contundentes y revelan una tendencia que merece un profundo análisis socioeconómico.
El 2024 cerró con un alarmante récord de 25.555 divorcios registrados en el país. Esta cifra no es menor; representa un aumento del 8.4% en comparación con el año anterior y se erige como el promedio más alto desde la pandemia. En términos más llanos, cada día, 71 parejas ecuatorianas tomaron la difícil decisión de poner fin a su matrimonio, una disolución que, según el Código Civil, “disuelve el vínculo matrimonial y deja a los cónyuges en aptitud para contraer nuevo matrimonio”.
Baja el indice de matrimonios
Paralelamente a este ascenso de las rupturas, el número de matrimonios en Ecuador experimentó una disminución del 4.8% en 2024, pasando de 56.546 en 2023 a 53.813. Esta doble tendencia, menos uniones y más desuniones, dibuja un panorama complejo para la estructura familiar en el país.
La tasa de matrimonios por cada 10.000 habitantes se redujo de 31.7 a 30.0, mientras que la tasa de divorcios ascendió de 13.2 a 14.2 por cada 10.000 habitantes.
¿Qué impulsa esta ola de divorcios?
Resulta revelador que, a pesar del aumento en el número de divorcios, la duración promedio de los matrimonios que terminaron en disolución se ha mantenido relativamente estable e incluso ha aumentado ligeramente, pasando de 16.4 años en 2023 a 16.6 años en 2024. Esto sugiere que las parejas no están rompiendo vínculos a los pocos años de casados, sino que son uniones con una trayectoria considerable las que están llegando a su fin.
Para la Dra. Ana María Castro, psicóloga especializada en terapia de pareja, “este fenómeno puede estar relacionado con una mayor conciencia sobre la salud mental y el bienestar individual”.
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“Anteriormente, muchas parejas permanecían unidas por presión social o por el concepto de ‘sacrificio por la familia’. Hoy en día, hay una mayor apertura a reconocer que una relación disfuncional puede ser perjudicial para ambos cónyuges y para los hijos, incluso después de muchos años”.
La edad promedio de los contrayentes en 2024 fue de 36 años para los hombres y 33 para las mujeres, indicando que las personas se están casando a una edad más madura, lo que podría implicar una mayor estabilidad inicial.
Sin embargo, la edad promedio al divorciarse es de 45 años para los hombres y 42 para las mujeres, lo que refuerza la idea de rupturas en uniones de larga data. Los grupos etarios con mayor incidencia de divorcios en 2024 fueron los de 35 a 39 años, tanto para hombres (16.6%) como para mujeres (17.3%).
La geografía ecuatoriana del desamor
Interesantemente, mientras la región Costa lidera el porcentaje de matrimonios (48.4%), es la Sierra la que registra el mayor porcentaje de divorcios, con un 56.8%. Este dato podría abrir líneas de investigación sobre las diferencias socioeconómicas y culturales entre regiones que podrían influir en la estabilidad matrimonial.
Un factor preponderante en el alto porcentaje de divorcios en Ecuador es el mutuo consentimiento, que representó el 79.5% del total de disoluciones en 2024.
Esto, según el sociólogo Dr. Ricardo Vargas, “sugiere una evolución en la forma en que las parejas abordan el fin de sus matrimonios. Lejos de ser siempre procesos contenciosos y conflictivos, muchas parejas están optando por acuerdos amistosos, lo que podría indicar una mayor madurez en la gestión de las rupturas y una disminución del estigma asociado al divorcio”.
Impacto socioeconómico
El Dr. Vargas subraya la importancia de analizar este fenómeno desde una perspectiva socioeconómica. “El aumento del divorcio tiene implicaciones económicas significativas. Desde la división de bienes hasta la reconfiguración de los hogares y la posible necesidad de un doble sustento, el divorcio impacta directamente en la economía familiar y, por extensión, en la economía nacional. Además, el incremento en la cantidad de hogares monoparentales o unipersonales puede alterar los patrones de consumo y la demanda de ciertos bienes y servicios”.
El reportaje del INEC también revela que el mes de diciembre fue el preferido para contraer matrimonio en 2024, posiblemente por ser un periodo de festividades y reuniones familiares. En contraste, julio fue el mes con mayor registro de divorcios.
Otro dato relevante es que el 84.0% de los hombres y el 87.8% de las mujeres que se casaron en 2024 lo hicieron por primera vez, lo que indica que, a pesar del aumento en las rupturas, el deseo de formar un hogar sigue siendo una aspiración fundamental para la mayoría de los ecuatorianos.
Un desafío para una sociedad en transición
Ecuador, un país donde el matrimonio ha sido tradicionalmente visto como un contrato solemne para “vivir juntos, procrear y auxiliarse mutuamente”, según el Artículo 81 del Código Civil, se encuentra en un punto de inflexión. El aumento sostenido del divorcio, aunque se dé en gran parte por mutuo consentimiento, plantea interrogantes sobre la resiliencia de las instituciones tradicionales en un mundo en constante cambio.
Este fenómeno no puede ser simplificado a una mera estadística. Refleja un cambio en las dinámicas de pareja, en las expectativas individuales y en la percepción de lo que significa un compromiso a largo plazo.
Es un reflejo de una sociedad que, si bien valora sus raíces, también busca la felicidad y la realización personal, incluso si ello implica romper con lo establecido.
