Monición
Queridos Hermanos: Bienvenidos a este sexto día de la Novena.
Hoy fijamos nuestra mirada y nuestra atención en el encuentro de María con Isabel, que nos recuerdan que la vida se gesta en el silencio y en la fecundidad de su vientre.
María sale al encuentro de Isabel, se pone en camino, al llegar se saludan mutuamente, no tienen miedo al diálogo, abren sus corazones a la acción de Dios en sus vidas. Tienen muchas razones para “proclamar la grandeza del Señor”.
Dejemos que nuestro espíritu se alegre en Dios nuestro Salvador, siendo esos signos de paz para todos, iniciemos juntos diciendo: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Escuchemos la Palabra
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1,46-55
En aquel tiempo, dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen. Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, viene en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”.
Palabra del Señor.
Reflexionemos
Magníficat: el canto de la vida y el camino de la esperanza
Tras el anuncio del Ángel que Isabel, a pesar de su avanzada edad, estaba encinta, María no se encerró en su casa pensando en su propio estado; todo lo contrario, salió hacia la región montañosa de Judea a acompañar a su pariente, llevando a Jesús en su vientre no como un privilegio, sino como su “esclava”.
María es el rostro joven de una mujer que camina, que saluda, que no tiene miedo al diálogo, que alegra la vida a los demás, que lleva a Cristo, que sale para servir, amar y cuidar a los más indefensos. El Magníficat, en los labios de la Madre de Jesús, es el canto del Dios de la vida que siempre vence a los poderosos de este mundo.
Para nosotros, el saludo de paz de María y su canto de esperanza siguen siendo un signo y un desafío para empezar un proceso real de conversión social y eclesial. Con María, aquí y ahora, es posible pasar de la cultura de la autorreferencia, la competición, el egoísmo y la confrontación hacia la cultura del encuentro, la alegría, la paz, el respeto, la libertad y la disponibilidad del servicio al prójimo, en especial, de los más abandonados y olvidados.
Pidamos la gracia de recibir y llevar a Jesús en nuestra vida, de gozarnos en su presencia, y de llevarlo a los más necesitados como María. Que ella misma interceda por nosotros para alcanzar este deseo y nos una a su canto de esperanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador...” (Lc 1, 46).

