Monición
Queridos Hermanos: Bienvenidos a este segundo día de nuestra Novena de Navidad, hoy el testimonio de Simeón nos anima a mantener viva la esperanza de contemplar con nuestros ojos a Jesús, el Salvador.
Mantengamos nuestro corazón abierto, reconociendo a Jesús que es la luz verdadera que da sentido a nuestras vidas, aún en medio de las dificultades y el cansancio.
Esperar con fe la venida de Jesús se debe convertir en nuestra prioridad para mirar con esperanza todos los acontecimientos que vivimos a diario, buscando la paz interior que tanto anhelamos.
Empecemos juntos diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Escuchemos la Palabra
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 25-32
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la Ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
Palabra del Señor.
Reflexionemos
Simeón: el testigo de la luz
El rostro del anciano Simeón encarnó la espera de Israel por el Mesías. Se preparó toda la vida para su llegada, y pudo reconocerlo en el Niño que fue llevado por María y José al templo de Jerusalén. Él es un testigo de esperanza porque a pesar de su edad nunca cerró su corazón a Dios. Esperaba en Dios, sabía que vendría por él y por todo su pueblo. Creyó y esperó pacientemente hasta ver cumplida la promesa de que no moriría hasta ver al Salvador. Simeón no sólo reconoció y se dejó ver por Jesús, sino que -inmediatamente- sus brazos fueron capaces de sostener a quien es la “Luz del mundo” y mostrarlo a los demás. Hoy, tal vez, también nosotros estemos pasando por situaciones de agobio, cansancio, incertidumbre y desconfianza. Vemos que las desgracias y la violencia van en aumento, y podemos llegar a pensar que no hay solución. Estas situaciones y realidades pretenden quitarnos la esperanza y volvernos miopes ante los pequeños y sencillos signos de la vida, del consuelo y del amor con los cuales el Señor se nos presenta. Simeón vio al Niño Dios; al pequeño, al más frágil, puro y necesitado de cuidado; pero también al Esperado, al que llegaría a ser el Salvador de Israel. Seamos fuertes y preparemos el corazón para ver y recibir -una vez más- al Niño Jesús en esta Navidad. Recibámoslo en nuestros brazos; digámosle sin dudar: “Tú eres mi Salvador”; y adorémosle con gratitud y alegría, porque Él es la verdadera “Luz que ilumina a las naciones” (Lc 2, 32).
En este segundo día de Novena pidamos la gracia de “esperar contra toda esperanza” (Rom 4, 18) en la venida del Salvador, que, en las manos de María y acompañado por San José, también viene por mí, por ti, por todos.

