En una oficina chilena cualquiera, lo que parecía una simple renuncia laboral terminó en un acto de sabotaje digital que dejó a una empresa tambaleando. Un empleado, a punto de abandonar su puesto, aprovechó sus últimas horas de acceso para ejecutar una “venganza por un clic”: eliminó la base de datos de deudores, el corazón financiero de la compañía.
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Este ataque no necesitó hackers externos ni software sofisticado. Fue una acción interna, calculada y devastadora, realizada con herramientas cotidianas. Y con ello, la empresa perdió más que información: se desvanecieron proyecciones financieras, rutas de cobro y la confianza de sus socios.
Las motivaciones detrás del ataque siguen siendo inciertas, pero apuntan a un malestar profundo. La frustración laboral mal gestionada, sumada a la falta de protocolos de seguridad, abrió la puerta a una catástrofe evitable. ¿Se revocaron los accesos a tiempo? ¿Había respaldo de los datos? ¿Se monitoreó la actividad del empleado? Las respuestas, probablemente, llegaron demasiado tarde.
El daño no fue solo económico. Afectó la reputación de la empresa y desató posibles consecuencias legales para el excolaborador, quien podría enfrentar cargos por delitos informáticos según la legislación chilena.
Este caso es un llamado de atención. La ciberseguridad no solo depende de firewalls y antivirus: empieza por casa, por gestionar bien al talento humano. Establecer protocolos de salida, realizar respaldos frecuentes, limitar accesos innecesarios y fomentar un ambiente laboral sano son prácticas esenciales para evitar que una renuncia se transforme en un desastre.
Porque en la era digital, un simple clic puede costar millones. Y lo que parece una despedida rutinaria, podría ser el inicio de una pesadilla.