Si eres extranjero y has tenido en la vida un amigo ecuatoriano, de seguro te contó leyendas de su país, historias de miedo que te hicieron tener ganas de visitar los lugares donde sucedieron estos hechos escalofriantes.
PUBLICIDAD
A la gran mayoría de los ecuatorianos cuando fuimos niños no nos contaron historias de hadas, ni de princesas, sino leyendas que fueron transmitidos por nuestros abuelos en forma de cuentos de terror.
Los relatos eran sobre brujas, bellas jóvenes mujeres y sobre todo de los famosos diablos que son parte de nuestra identidad y cultura. La mayoría de estas historias tiene un desenlace escalofriante.
Nuestra vida se fue moldeando con estas historias, lugares y personajes, haciendo de nuestro querido país un lugar único por su realismo mágico. Existen ciudades como Quito, que desde el origen de su nombre, está hecho de incertidumbres, misterios que se esconden detrás de sus calles.
Su historia cuenta con personajes que se hicieron leyendas y se volvieron reales, a fuerza de tanto contarlas. Asimismo el país, siendo tan pequeño, cada pueblo, cada ciudad y provincia tiene sus propias leyendas.
Tanto es así, que si en esa historia no incluye un diablo no es leyenda. A los ecuatorianos nos gusta los diablos, por eso hemos tatuado su cara en la roca, bajado hasta su caldera, y hasta nos ponemos máscaras en su honor. Si eres ecuatoriano ‘de ley’ te has ‘topado’ con algún ‘diablito’ y te contaron su historia.
Cantuña
PUBLICIDAD
Cuenta la leyenda que en la época de la colonia, los franciscanos le encomendaron a un indígena de nombre Cantuña que construya el atrio de su iglesia, el ‘indiecito’ a cambio de una buena paga, prometió que entregaría la obra en tiempo récord. Cuando faltaba un día para la entrega, se dio cuenta que no la terminaría.
Ante eso, hizo un pacto con el diablo para que pequeños diablillos terminaran la iglesia por la noche y a cambio éste se llevaría su alma. La astucia de Cantuña hizo que se saque una piedra a escondidas del diablo y por lo tanto la obra quedó inconclusa por lo que no pudo llevarse su alma.
La iglesia de San Francisco existe y es una de las más hermosas de Quito. Todo turista que la visita, trata de buscar la piedra que salvó la vida de Cantuña.
La dama tapada
La historia cuenta que en las calles de Guayaquil aparecía de vez en cuando una mujer delgada a la que nadie podía ver su rostro, pues lo llevaba cubierto con un velo.
La mujer vestía de manera elegante y usaba una sombrilla. Así que cuando la mujer pasaba cerca de un hombre que estaba ‘tomadito’ emanaba un aroma sumamente agradable, a fin de que su victima se sienta atraído hacia ella y la comience a seguir.
El perfume es tan seductor que el individuo no sabe hacia dónde se dirige. Cuando la mujer lo lleva a un lugar apartado, entonces se destapa el velo, el hombre se horroriza al ver un rostro en putrefacción.
El perfume desaparece y se convierte en olor nauseabundo que petrifica al ‘pobre’ hombre hasta que su corazón deja de latir. Algunos lograron escapar de la mujer pero contaron que terminaron en hospitales psiquiátricos puesto que no se pudieron recuperar de la impresión del rostro de la dama.
La nariz del diablo, la ruta en tren más peligrosa
El ferrocarril de Ecuador lo terminó Eloy alfaro en 1908 y las ‘malas lenguas’ conservadoras de la Iglesia Católica de ese tiempo, decían que el expresidente era el mismo belcebú.
La leyenda dice que Alfaro hizo un pacto con el diablo para poder terminar la obra en ese lugar, que saldó con la muerte de 4.000 jamaiquinos en medio de las explosiones de dinamita, por enfermedades, derrumbes y picaduras de serpientes. Se dice que hasta la actualidad, en la madrugada se puede escuchar los ruidos de las almas de los jamaiquinos y el sonido de las operaciones del ferrocarril.
La caja ronca
Esta es una leyenda muy contada por nuestras abuelitas. La historia dice que si uno se asoma y echa una mirada, corre riesgo de caer muerto en el acto, o algo peor.
La caja ronca es una procesión en que los muertos vagan por las calles con velas y sonando sus tambores, mientras el diablo se pasea con su carroza. De hecho, hay gente que cuenta que al otro día se puede ver en la calle la cera regada.
Por eso, los abuelitos te decían cuando eras niño que no salgas de noche pues si escuchabas los tambores desvaneciéndose en la noche, podías ser la víctima de la caja ronca y ahí si ni ‘Diosito’ te salvaría.
Te puede interesar: