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La elegancia ancestral del saraguro se acopla a la modernidad en Ecuador

Un estudio de alumnas del Instituto Superior Tecnológico “Celina Vivar Espinosa”, de la provincia de Loja (Sur), al que Efe tuvo acceso, señala que el negro simboliza la firmeza, la fuerza y la energía de los saraguros, y el blanco, la trascendencia y la pureza.

La elegancia ancestral se acopla a la modernidad en Ecuador, donde los indígenas saraguros portan orgullosos sus trajes típicos cargados de historia y, aunque han visto mutar el material con el que los confeccionan, subsisten sus elementos culturales desde la época prehispánica.

Orgullosa de vestir su atuendo, una falda negra larga y una blusa blanca salpicada de diseños bordados en el contorno del cuello y las mangas, Toa Ortega, una arquitecta de 36 años, cuenta que hay quienes creen que el saraguro «siempre le ha guardado luto al (indígena) Atahualpa» y por eso en la vestimenta predomina el negro.

No obstante, investigadores han descartado esa posibilidad porque creen que llevar negro por luto es una costumbre venida de Europa.

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Y aunque hay otras muchas y muy variadas interpretaciones, no profundiza en acepciones, pero muestra contenta su tradicional sombrero blanco con manchas negras de lana de oveja, material con el que también se confecciona el anaco (falda) y la bayeta.

Un estudio de alumnas del Instituto Superior Tecnológico «Celina Vivar Espinosa», de la provincia de Loja (Sur), al que Efe tuvo acceso, señala que el negro simboliza la firmeza, la fuerza y la energía de los saraguros, y el blanco, la trascendencia y la pureza.

De la cintura para abajo, las mujeres lucen un atuendo negro, algunas con bordados en los filos, que antes solo representaban a una mujer y un hombre en trabajos diarios y el número ocho, pero ahora «ya con la modernidad hay una variedad infinita, incluso en el bordado de las mangas de la blusa», cuenta la arquitecta.

«Nos hemos adaptado a la moda, las mujeres queremos andar más elegantes y hay mucha más variedad de telas e hilos. Se ha ido modernizando», asegura Ortega a Efe al alegrarse de que cada vez ve a más jóvenes usando los trajes tradicionales.

Luciendo un largo anaco de algodón, Ortega se lamenta de que cada vez haya menos personas que hilen las telas por lo que fabricar uno de lana a mano puede tomar casi un año, lo que eleva su coste final.

Detalla que entre la vestimenta con las telas originales, los aretes de media luna hechos en plata, el tupu de plata (especie de broche que sostiene la bayeta), la faja y un collar grande (wallka), el atuendo completo puede llegar a costar «unos 3.000 dólares».

Pero ya no es como antaño: «Antes, todas desde chicas tejíamos nuestros propios collares, nosotros mismos hilábamos para hacer la bayeta, el anaco, ahora ya no hay», narra apenada.

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Atribuye el cambio, entre otras razones, a la falta de tiempo, a las modificaciones en el modo de vida y al abandono del campo donde ya no se crían suficientes ovejas, dice.

Los hombres saraguros también visten su traje con camisa, poncho, pantalón negro al tobillo, los suficientemente alto como para facilitar el trabajo agrícola. Lucen sombreros blancos con negro y muchos mantienen su larga cabellera atada en trenza.

El atuendo masculino también es costoso, apunta Ortega, que especula que un poncho vale no menos de 800 dólares y «un buen cinturón ancho» con las perillas de plata puede llegar «a 1.200 dólares», aunque este último no es algo que se use a diario.

Ortega recuerda que al saraguro le gusta lucir sus trajes completos en las fiestas.

«Tengo la suerte de haber vivido dos siglos diferentes, en una época donde el saraguro se ha desarrollado rapidísimo», comenta al recordar que cuando era chica vivió en la ciudad de Loja y ante algunas burlas por su vestimenta, prefería que no le vean.

Ahora no, ahora es «un orgullo», repite Ortega quien estudió arquitectura en Toulouse (Francia), para hacer luego un máster en urbanismo y desarrollo sostenible en Barcelona (España), donde siempre vistió su traje típico.

Ortega, quien habla con fluidez español y francés, tiene la esperanza de que el idioma indígena quichua se mantenga con fuerza, aunque ella mismo no lo domina bien por ahora, confiesa.

Pero no es lo único que quiere que trascienda, pues en el restaurante ShamuiCo que administra, se ha empeñado -junto con su hermano Samuel, que estudió cocina en Cataluña-, en llevar a la olla productos tradicionales para ofrecerlos con cara moderna.

Tubérculos, como la oca o la mashua, típicas de la zona andina y populares en las mesas de antaño, nacen fusionados con toques modernos de las manos de Samuel, quien ofrece platos de esos que necesitan explicación por su arte culinario.

Y en ShamuiCo están conscientes de ello: ¿Le explicaron el postre?, pregunta una camarera ataviada con el traje saraguro y una amplia sonrisa, tanto como la sorpresa de una turista ecuatoriana cincuentona, que descubre en su plato productos que se cocían en los fogones de las abuelas, pero que ahora sus hijos desconocen.

Fuente: EFE

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