Los migrantes centroamericanos que atraviesan México para llegar a EE.UU. tienen que enfrentar bandas que los extorsionan, secuestran o asesinan, pero también a agentes de seguridad privada que vigilan las vías de tren, cuenta a Efe Pablo, un hondureño que ha sido víctima de ambos grupos.
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Este hombre de 40 años, ojos color miel y pelo rizado, recuerda que en 2015 abandonó su país por octava vez después de recibir amenazas de muerte por parte de Barrio 18, una pandilla que opera en Centroamérica.
Pablo (nombre ficticio), quien logró llegar en seis ocasiones a EE.UU. pero las tres últimas fue deportado, explica que Barrio 18 mató al tío de su cuñado por órdenes del propio hijo de la víctima, quien era miembro de la pandilla, a fin de recibir una herencia de unos 600.000 dólares.
Él se encargó de transportar al cadáver a la morgue, lo que hizo que miembros de esa pandilla intentaran matarle a tiro de escopeta desde una moto, pero no lo lograron gracias a que -dice- en su juventud fue militar.
Relata que las primeras siete veces que emprendió camino hacia EE.UU. lo hizo «por ayudar a su familia, para trabajar y ganar dinero», mientras que la última vez fue por la violencia que azota a su país.
En dos ocasiones fue secuestrado; la primera vez en 2005 en Piedras Negras, en el estado fronterizo de Coahuila. Su familia pagó 4.000 dólares y lo soltaron en EE.UU. junto a otras 35 personas. Los agentes migratorios lo detuvieron y estuvo encarcelado 8 meses antes de ser deportado.
En 2010, cuando viajaba con un primo, fue secuestrado en Coatzacoalcos, en el oriental estado de Veracruz, tras los engaños de un chico de 16 años que les ofreció una casa con algunas comodidades, pero donde en realidad habían personas privadas de su libertad.
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En su octavo viaje hacia EE.UU. en 2015, esta vez huyendo de Barrio 18, fue atacado a tiros cuando se desplazaba por el central estado de Querétaro en un tren de la empresa Kansas City Southern, por supuestos agentes del Cuerpo de Guardias de Seguridad Auxiliar del Estado de México (Cusaem).
Recuerda que uno de los guardias les pidió a gritos que se bajaran del tren. «Yo les dije: ‘No nos podemos tirar porque el tren va a gran velocidad, si no nos matamos», comenta.
Luego «volteé la mirada hacia el frente y escuché los disparos. Mis amigos se tiraron y cuando yo me tiré me soltaron tres disparos más, tres escopetazos en la espalda», apunta.
Pablo vive ahora en un albergue en Ciudad de México de la ONG Scalabrinianas: Misión con Migrantes y Refugiados (SMR), quienes tramitan su petición de refugio en el país y la denuncia contra Cusaem, cuyos agentes ya no controlan ese tramo del trayecto migratorio por la multitud de quejas en su contra.
En ese albergue también vive David (nombre ficticio), un joven de 17 años de San Salvador que huyó de su país porque los miembros del Barrio 18 le querían obligar a formar parte de la pandilla.
«Está muy fea la delincuencia en mi país, está muy peligroso. Donde yo vivía dominaba la 18 y no me podía meter donde eran los de la Mara Salvatrucha (MS13) porque ya sabían de dónde era yo. Cuando uno se mete en la colonia contraria, lo agarran a uno y lo asesinan o lo desaparecen», relata a Efe.
Después de contarle a su tío que un miembro de Barrio 18 le presionaba para que se uniera a ellos, ambos arrancaron el viaje hacia el norte el 4 de octubre sin coyote y con 500 dólares en el bolsillo.
Acompañados por dos hondureños que conocieron en el trayecto, empezaron caminando por la vía del tren de carga, conocido como la Bestia, hasta que se subieron en Medias Aguas a él para llegar a Tierra Blanca (Veracruz).
Después de dormir en un albergue, reanudaron la travesía a pie hasta llegar al poblado de Vicente Camalote (Oaxaca), donde los confundieron con los asesinos de una mujer.
«Estamos vivos porque el esposo de la señora llegó y le dijo al presidente municipal que su corazón le decía que nosotros no habíamos hecho nada, ya fue parte de Dios, porque si no nos hubiese pasado algo peor, no estaría aquí contándolo», recuerda David.
Después visitaron a las Patronas (mujeres que ayudan a los migrantes en el estado de Veracruz) y tomaron un camión hacia la capital del país.
En ese último trayecto fueron detenidos en San Marcos, en los límites de Puebla y Ciudad de México, por agentes migratorios.
«Ya me había desesperado, me daban ganas de regresar a mi país, pero me dije: ‘no puedo regresar, me toca quedarme’, y pedimos el refugio en la estación migratoria» y dos meses después «nos trasladaron al albergue», narra David sobre su accidentada travesía.
Con un aumento de 154,6 % de las peticiones de refugio en 2016, México ha consolidado su paso de país de tránsito a uno de acogida, una tendencia que probablemente se reforzará por las políticas migratorias de Donald Trump. EFE