El 21 de diciembre pasado Beijing, la capital de China, y otras 23 ciudades de ese país registraron niveles de contaminación del aire, en promedio, seis veces mayor que el mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La nube tóxica afectó a un tercio de la población total del gigante asiático, es decir, a 460 millones de personas de la región sudoriental del país. Esto es el equivalente a las poblaciones de Estados Unidos, Canadá y México. Las imágenes de automóviles entrando y saliendo de la densa neblina y las de personas con mascarillas filtradoras en sus casas circularon por la web.
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Este 2017 no empezó mejor para China. Más de 400 vuelos tuvieron que ser cancelados y muchas carreteras fueron cerradas por la densidad de la gigantesca nube de humo y el peligro que suponía tanto para los automovilistas como para los vuelos comerciales. El 1 de enero se registraron en Beijing niveles 24 veces superior a lo recomendado por la OMS, siendo decretada la alerta roja por contaminación del aire. Este es un problema con el que China tiene que lidiar no sólo en invierno, sino que durante todo el año.
“El cordón industrial de las provincias en los alrededores de Beijing es el mayor emisor de polución por la quema de carbón en el mundo”, dice Lauri Myllyvirta, especialista en polución de Greenpeace para Asia Oriental radicado en Beijing. “Hay una sensación de crisis ahora, porque los niveles de polución habían estado bajando en 2014 y 2015, después de que el gobierno pusiera en marcha un plan nacional para combatir la contaminación».
De todas formas, en 2016 el progreso en la materia se estancó y hasta hubo un retroceso porque muchas industrias pesadas, como la del acero, volvieron a funcionar”, explica. Y aunque el gobierno central del país niega la existencia del cambio climático y la influencia de los gases de efecto invernadero en este, ha estado muy comprometido con la reducción de las emisiones que crean esta nube tóxica de humo perjudicial para la salud. En contraparte, los gobiernos locales aún dependen de la industria contaminante, lo que está provocando un choque de intereses.
Es la diferencia entre una mirada estrictamente local y sanitaria contra una que incorpore al calentamiento global lo que determina las medidas para combatir la polución.
Soluciones específicas locales para un problema global
El problema de la contaminación del aire no solo afecta a China. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren 7 millones de personas en el mundo por causas relacionadas a la polución. Un millón de esas muertes ocurren en China, y casi 500.000 en la Unión Europea. Según la OMS, el 36 por ciento de esas muertes es por cáncer al pulmón y el 27 por ciento, por enfermedades cardiacas.
Es por esto que cuatro de las grandes capitales del mundo se comprometieron a eliminar de sus calles los autos que funcionen a combustible diésel (para el año 2025) en el marco de la Cumbre de Alcaldes C40, confirmando que el problema tiene alcances mundiales. París, Londres, Madrid y Ciudad de México pretenden reducir considerablemente las emisiones de CO2 para combatir las enfermedades respiratorias que quejan a niños y adultos mayores principalmente durante los meses de invierno. Todas han visto cómo, durante el siglo XXI, la calidad de su aire ha empeorado.
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Justamente el 27 de diciembre, el nivel del dióxido de carbono en el aire de Madrid superó los 200 microgramos por metro cúbico, el límite en Europa. Distintas estaciones de medición de la ciudad registraron estos niveles durante varias horas seguidas, a lo que el Ayuntamiento respondió decretando restricción vehicular para los automóviles cuyas patentes terminaran en número par. Una medida que está siendo cada vez más criticada.
En mayo pasado, un informe del Parlamento francés llegó a la conclusión de que las restricciones vehiculares no suponen una solución real al problema de la polución en París. “Aunque es hasta ahora la medida más emblemática, el tráfico alterno no funciona, porque la prohibición de circular en función de las matrículas es aleatoria y no permite centrarse en los vehículos más contaminantes”, dice el informe.
“Esta crítica va por el lado de que estas políticas responden a eventos puntuales de niveles altos de contaminación”, dice Patricio Pérez, profesor del Departamento de Física y de Estudios Medioambientales de la Universidad de Santiago de Chile. “La restricción vehicular no pretende solucionar el problema de fondo, que es la emisión, sino que pretende bajar los niveles”.
Pérez explica que las soluciones dependen de las diferentes características de las ciudades que sufren el problema, como el clima, la condición geográfica y el origen de las emisiones de los gases nocivos. Para el experto, no se puede comparar el caso de Coyhaique, en el sur de Chile, con el de Beijing. Aunque los niveles de contaminación de Coyhaique en los meses de invierno sean similares a los de la capital china, la polución es producida por la combustión de leña, principal fuente de calefacción de las casas. En China, la contaminación es producida tanto por la industria pesada como por las plantas eléctricas a carbón, por lo que se requieren políticas diferentes para encontrar las soluciones a sus respectivos “airpocalipsis”.