José Alba tiene 52 años, vive en Manpala, Filipinas, y acaba de hacer algo poco habitual a su edad: empezar el primer grado de la escuela primaria.
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En su momento, su paso por la escuela fue fugaz. Tuvo que dejar las clases cuando sus padres murieron, mientras cursaba tercer grado. Al poco tiempo, ya trabajaba en una granja de cañas de azúcar.
Tres años atrás, dejó el trabajo en el campo porque su cuerpo no soportaba más el calor y, ahora, trabaja como asistente de una familia. Y ha sido justamente la nieta de la familia, que cursa segundo grado, quién ha hecho resurgir sus ganas de aprender.
Cada vez que la pequeña volvía de la escuela y se ponía a estudiar, allí se quedaba Alba: observándola con ojos curiosos. Susan Pasingca, la abuela de la niña, se percató de sus ganas de aprender, por lo que le compraron los uniformes y le dieron permiso para asistir cada día a clase.
Ahora, vuelve a estar en el lugar del que se vio obligado a marchar y no ha dejado que la edad sea ningún impedimento para hacerlo. Ha vuelto para aprender lo que un día dejó a medias, como leer ubicaciones, señales de tráfico y direcciones, entre otros.
Sentado en el pupitre y rodeado de niños, vuelve a revivir el recuerdo de sus días como estudiante. Vuelve a revivir la ilusión por aprender.
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