Las abuelitas solían advertir a sus hijos y nietos que un mal comportamiento en Semana Santa traería «graves» consecuencias. Bañarse en la Semana Mayor, podría convertirte en pescado; si te vas de fiesta o consumes alcohol, sería una grave ofensa; al igual que escuchar música a alto volumen y no religiosa, entre otras faltas.
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Obviamente, se trata de mitos desarrollados por el fanatismo de ciertos creyentes, que no tienen nada de cierto, pero que servían para disciplinar a las gentes y someterlas a los dictados de la curia, según explica el historiador Jorge Nuñez.
Sin embargo, indica, el no bañarse, el ayuno, el luto, dejar de lado ciertas labores domésticas, son expresiones de respeto religioso, que son explicables y entendibles.
«Hacer silencio y evitar ruidos y escándalos durante los días de desarrollo de este drama ritualístico es una norma ética comprensible, que por lo demás se parece a otras normas de otras religiones para los días de culto y vida reservada. En cuanto al ayuno anual, se trata de una norma de vida que viene de mucho antes del cristianismo y que está destinada a desintoxicar al organismo; se practica en muchas religiones y también por gentes no religiosas».
Es así como recuerda Nuñez su infancia en Semana Santa, a través de un extracto de su artículo «La Semana Santa: Una obra de teatro colectivo»:
«En el pueblo andino donde transcurrió mi infancia, –La Magdalena, en la Provincia de Bolívar– la Semana Santa era un tiempo de recogimiento espiritual, donde las gentes reflexionaban sobre la vida y la muerte, la crueldad y el amor, la fe en la resurrección y la esperanza de la vida eterna(…). El Viernes Santo, el parlamento principal corría a cargo de algún notable orador religioso, que durante tres horas estremecía al auditorio con su interpretación de los misterios dolorosos y con sus reflexiones sobre la importancia de la vida recta y la trascendencia de la muerte. Tras ello venían el acto de representación del fallecimiento de Jesús, el estremecedor descendimiento y más tarde una solemne y concurrida procesión fúnebre, en la que unas hermosas imágenes de factura colonial recorrían las calles ya anochecidas a hombros de los fieles de la Hermandad de los Santos Varones, mientras la banda del pueblo interpretaba unas dolidas marchas fúnebres. El sábado era el acto colectivo de silencio y el domingo, por fin, la vida volvía por sus fueros, en medio de la alegría de la Pascua Florida de Resurrección: vestidas con sus mejores atuendos, las gentes iban a la iglesia o se reunían en la plaza para «darse las Pascuas» mediante un abrazo, mientras los chiquillos volvíamos a llenar de ruido las casas, los zaguanes, las aceras».
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