Dolor de cabeza, insomnio, ardor en la garganta, resfriado, cólico, colesterol alto, fiebre, son dolencias que se facturan por varios dólares en cualquier farmacia comercial, pero que en Ecuador se pueden curar con 32 gramos de 21 hierbas en un empaque valorado en 50 centavos de dólar.
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El pequeño empaque contiene plantas de toronjil, menta, manzanilla, llantén, escancel, borraja, cedrón, cucharillo, linaza y otras hierbas tradicionales del país; pero, sobre todo, contiene un legado histórico de saberes medicinales indígenas.
Al esposo de Esperanza López, el médico «de la ciudad» le ordenó tomar «de por vida» pastillas para la presión alta, pero en su casa prefirieron ceñirse a sus tradiciones y se limitaron a darle «monte» (hierbas), cuenta a Efe la mujer de 67 años durante el Festival de sabores y saberes andinos.
Convocado este 28 de septiembre en la localidad de Saraguro, en el sur de Ecuador, el Festival expuso los resultados del llamado proyecto FORECCSA, liderado por el Ministerio de Ambiente con la asistencia técnica del Programa Mundial de Alimentos de la ONU.
Forma parte de las medidas de adaptación aplicadas en comunidades vulnerables a los efectos del cambio climático en la cuenca del río Jubones, que cruza las provincias del Azuay, El Oro y Loja (sur).
El Ministerio ha invertido más de 3 millones de dólares para beneficiar a 10.814 familias, gracias a la implementación de 35 medidas de adaptación relacionadas con el riego comunitario y parcelario, agua de consumo potable, protección de fuentes de agua, silvopasturas, crianza de animales menores y huertos.
Marina Tandazo, otra mujer de la parroquia Lauro Guerrero, también en el sur del país, asegura que el «hierbatero ancestral» es todo un sabio en temas de plantas medicinales y que, con su asesoramiento, un grupo de mujeres crearon una asociación para la elaboración de una marca de la llamada «horchata» orgánica.
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La bebida, una infusión a base de 21 hierbas, se consume, incluso, como refresco en Loja y otros sitios de Ecuador, y en estos momentos la asociación tramita su certificación orgánica para exportarla a Europa.
«Ustedes, ‘mijitas’ (mi hijitas), se están matando yendo a la farmacia, porque es mucho químico», le dijo el «hierbatero» a Tandazo, quien recuerda que incluso su hija de 5 años ya sabe de hierbas medicinales y tiene nociones de técnicas indígenas de siembra.
Es -apunta a Efe- parte de su obligación como madre para mantener los saberes de sus antepasados, amenazados por el ritmo apresurado del presente, la influencia externa y el cambio climático.
Pero no sólo el cambio climático amenaza a estos sabores históricos, también les afecta el poco aprecio que algunos sienten por lo propio, como indica el cocinero indígena saraguro Samuel Ortega.
Con quince años de experiencia en el arte culinario, cuenta que su trayectoria comenzó siendo adolescente en España, a donde migró con sus padres por la situación económica del país.
Estudió dos años de cocina en la escuela de hostelería de Girona (Cataluña, norte) y otro de pastelería, con lo que se involucró en «los mejores restaurantes», entre ellos El Bulli, del famoso Ferrán Adriá.
De vuelta en Ecuador, está empeñado en «revalorizar» los productos locales, y se ha embarcado en una «cocina de mestizaje» en la que adapta conceptos y técnicas aprendidas en Europa a productos como el cuy (conejillo de indias), melloco, mashua, ocas, que son algunos de los tubérculos que se producen en el país.
También a quesos que son combinables con plantas medicinales y otras hierbas.
En los cinco años que lleva en Ecuador, ha visto que muchas veces se valora más la comida extranjera, y que no se ha apretado el acelerador en la innovación de platos locales tradicionales.
«Para mi tiene el mismo valor un melloco que una langosta», dice durante la feria en Saraguro, a 2.520 metros sobre el nivel del mar, donde defiende la necesidad de recuperar técnicas de conservación de alimentos de los abuelos.
El cambio en la alimentación ha arrastrado también modificaciones en los cultivos.
«Somos saraguros, tierra del maíz, pero cada vez se siembra menos maíz», se lamenta Ortega, quien conserva la tradición indígena local de atarse la larga cabellera en una trenza.
En ShamuiCo, el restaurante que ha abierto en una casa patrimonial de 180 años, en el corazón de la pequeña Saraguro, Ortega da «nueva vida» a los productos locales respetando su sabor con una cocina intercultural en la que se acepta lo nuevo pero se arraiga la tradición.
Para ello, echa mano de algo popular como un langostino, un camarón o un corte de carne, que hace de «presentador» de alguno de los productos tradicionales indígenas que, poco a poco, acaba apoderándose del paladar de la gente.
Fuente: EFE
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