La avalancha de insultos o amenazas vertidos en las redes sociales impulsa cada vez a más estrellas o periodistas a cerrar sus cuentas en Twitter o Instagram, redes las que se les acusa de «facilitar el odio» por su pasividad ante este fenómeno.
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Justin Bieber, estrella mundial con 78 millones de seguidores en Instagram, es la celebridad que recientemente ha abandonado la red social tras los insultos contra su nueva novia.
Aún más grave es que los «trolls» –como se llama a estos insultadores protegidos por el anonimato–, vierten públicamente y sin tabúes torrentes de ofensas racistas, sexistas u homófobas, llegando incluso a amenazas de violación o de muerte.
Este fenómeno se hace más visible cuando la estrella decide dar un portazo y cerrar su cuenta. Una de ellas es Leslie Jones, la única estrella de «Ghostbusters» que cerró en julio su cuenta Twitter, harta de recibir mensajes racistas y misóginos.
«Twitter, comprendo la libertad de expresión, pero hacen falta normas cuando estas cosas se expanden», se lamentó Jones, y contó que ha vivido un «infierno personal».
Esta vez, su llamado fue escuchado y el presidente de Twitter tomó contacto con ella. Algunos de sus acosadores fueron suspendidos, pero este tipo de reacción ocurre raramente.
Un hashtag (#ModeradoComoTwitter) ha federado esta semana a quienes ironizan sobre la variable reactividad de la red, que rápidamente bloquea las reproducciones de fotos de los Juegos Olímpicos con copyright — acaba de ocurrirle al sitio de información Breaking3zero – pero deja vía libre a las cuentas racistas u homófobas.
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A principios de agosto, la actriz Daisy Ridley, heroína del último «Star Wars», abandonó Instagram, tras haber sido atacada por internautas de extrema derecha, después de emitir un mensaje contra la violencia de las armas de fuego.
La semana pasada, la cantante del grupo Fifth Harmony, Normani Kordei, víctima de mensajes racistas, también abandonó Twitter.
– ‘No es una infracción’ –
Los periodistas, muy presentes en Twitter, son a menudo atacados, como ocurrió en Suecia con la presentadora Anna Brolin.
Tras haber denunciado mensajes del tipo «@annabrolin es una #mujer hecha para ser #violada y preñada por hombres llenos de odio», Twitter le respondió que estos mensajes «no constituían una infracción». Asqueada por la respuesta, la periodista cerró su cuenta.
En junio el editor del diario New York Times, Jonathan Weisman, atacado en amenazadores tuits antisemitas, dejó la red.
«Dejo Twitter a los racistas, a los antisemitas (…) Quizá Twitterreflexione sobre ello», escribió.
Su acosadores ponían su nombre entre tres paréntesis, un código utilizado por los neonazis para identificar a los nombres judíos.
Es también debido a una salva de insultos –que Twitter se niega a bloquear– que el periodista de la AFP Roland de Courson, responsable del blog «Making Of», acaba de cerrar su cuenta.
En Francia, los cantantes Michel Polnareff y Christophe Willem, abandonaron Twitter en enero. «La llegada de Twitter ha hecho aparecer el lado vil y malsano de ciertas personas que disfrutan de esta libertad de palabra para propagar un odio permanente amparados por un nuevo anonimato, el de la cobardía», comentó Christophe Willem.
Los mensajes de odio siguen creciendo en las redes. En 2015, 27% de los comentarios en los sitios de información, contra 24% en 2014, fueron retirados por los moderadores por causa de racismo (19%), insulto (22%), agresión (20%) o llamado al odio o la violencia (15%), según un estudio de Netino y Kantar Media.
Y sin embargo Facebook, YouTube, Microsoft y Twitter han firmado en mayo pasado un código de buena conducta con la Comisión Europea.
Twitter ejerce un control de los mensajes a posteriori, sobre la base de quejas, si lo considera justificado.
El grupo, interrogado al respecto, se limitó a recordar sus normas, que condenan los mensajes de odio. En cambio acaba de anunciar haber suspendido en seis meses 235.000 cuentas que promueven el terrorismo, ámbito en el que ha intensificado sus esfuerzos.