Carla Perez, de 36 años volvió a conquistar el Everest sin oxígeno artificial el 24 de mayo de 2019, recordando su hazaña de mayo de 2016 cuando se convirtió en la única latinoamericana en alcanzar la cumbre de 8.848 metros sin oxígeno embotellado.
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Siete mujeres lo han logrado, Carla ha sido la sexta. Además es guía de expediciones en los Himalayas.
La historia de Carla Perez fue Plasmada en su documental ‘Apología del Everest’ que une la parte deportiva y mística de la montaña que muestra el lado humano de una ascensión a la montaña más alta del mundo.
Según una publicación de RT esta pasión fue inculcada por su padre. El primer contacto con la montaña que recuerda fue a los cuatro años en un paseo familiar al Pasochoa.
Aquí un fragmento de la entrevista
«Ahí jugando, siguiendo a las vacas en el pajonal, me parecía como un bosque; para mí se creó todo un mundo de ilusión donde jugar era perfecto, así como crear historias y correr, y simplemente me encantó», dijo en entrevista. Pero pronto se terminaron las excursiones familiares, con papá, mamá y su hermana —dos años mayor que ella— debido a que a su madre le afectaba mucho la altura.
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Cuando tenía unos 12 años se inscribió en un club de andinismo de la Escuela Politécnica Nacional (EPN), luego de ser rechazada en el Colegio San Gabriel porque «Aquí solo se aceptan hombres».
Con el club de la EPN aprendió a escalar en roca y en hielo, a usar los instrumentos en la montaña. A los 16 años vio el documental del montañista Iván Vallejo sobre su ascenso al Everest sin oxígeno embotellado. Él fue el primer ecuatoriano y segundo latinoamericano en hacerlo. «Cuando yo vi toda esa cosa dije: Algún día, de ley, tengo que hacer eso».
Viajó con una beca a estudiar geoquímica en Francia y aprendió nuevas técnicas de montañismo. Luego iba a trabajar en un petrolera en el Oriente donde tenía que viajar constantemente, pero su pasión pudo más y decidió seguir sus sueños.
En 2009 subió el Aconcagua, que con 6.962 metros, es el punto más alto de América, expedición que hizo con sus amigos Esteban Mena y Joshua Jarrín.
Fue entonces cuando Iván Vallejo, los contactó para formar un grupo de montañistas ecuatorianos, que fue denominado Somos Ecuador, para «escalar en las montañas alrededor del mundo».
«Con Iván empezamos a escalar un montón de cosas técnicas, pero también de altura, porque la especialidad de él es subir montañas, las más altas del mundo; nosotros habíamos hecho cosas más difíciles, pero no tan altas».
En 2012, Pérez fue a su primer 8.000, específicamente al Manaslu, en Nepal (8.163 metros), y fue primera ecuatoriana en lograr tal hazaña. Luego Vallejo les dice que ya es momento de subir el Everest. Se prepararon el resto de ese año y en 2013 se fueron a esa gran aventura cinco integrantes de Somos Ecuador, entre ellos Pérez.
«Se dieron muchas cosas, el clima no estuvo muy bueno, hubo unos errores en la compra del equipo, fue un conjunto de una suma de errores y mala suerte«. A solo 200 metros de la cima, la joven ecuatoriana, a quien se le estaban congelando las manos debido a los 30 kilómetros de viento con -30 grados centígrados de temperatura (sensación térmica de -60 grados) y la falta de oxígeno, tuvo que tomar una difícil decisión: «Me tocó dar media vuelta», y olvidarse de llegar a la cumbre.
En 2016 fue el año definitivo. Se fue al Everest junto a Mena —Vallejo les ayudó con la logística y financiamiento—. Reunieron 80.000 dólares y se lanzaron a la aventura de 65 días. Volaron a Madrid, España; de ahí a Katmandú, capital de Nepal; luego hasta Lhasa, capital del Tíbet, donde tomaron auto, en el que viajaron durante cuatro días, hasta llegar al Campo Base del Everest (chino) a 5.100 metros de altura.
Una caminata de dos días más los llevó hasta el Campo Base Avanzado, a 6.400 metros. Después de este «hay tres campamentos (…) uno a 7.000 metros, el segundo a 7.900 metros y el campo tres a 8.300». Durante 40 a 45 días se vive entre esos campamentos: «Subes, dejas cosas, bajas; subes, dejas cosas, duermes, bajas». Todo ello para «adaptarte a la altura y para poder formar tus campamentos».
Luego de esa travesía, ya se está preparado para llegar a la cumbre. «Esperas una ventana de buen clima y ahí atacas». Pérez explica que desde el campo tres a la cima, que son menos de 600 metros de desnivel (vertical), normalmente en una montaña de Ecuador eso le tomaría alrededor de una hora, «pero ahí me tomó 13 horas, a esa altura; empecé a las 10 de la noche, llegué a las 11 de la mañana (hora de Nepal) a la cumbre», de ese 23 de mayo de 2016.
«Estuve 20 minutitos, 20 minutos hermosos»; ella pensó que sería un momento de algarabía, en el que levantaría los brazos y gritaría, pero «más bien fue súper introspectivo, súper así hacia adentro, mucha paz, mucha gratitud, ‘full gratitud’ con la vida, con todo lo aprendido, creo que más que la cumbre misma era todo ese proceso de haber fracasado, no haber llegado, bajar, soñar por más de 20 años en algo, dejarlo todo, era esa sensación muy plena (…) Físicamente estaba muy destrozada, inclusive tenía una percepción súper buena del cuerpo porque como te falta tanto oxígeno, te concentras mucho, decía ‘voy a levantar mi mano derecha’ y me demoraba un tiempo entre lo que decía y lo que hacía. Y sentía todo, sentía la temperatura, el latido, las venas, todo».