an sólo los estadios de los Juegos Olímpicos, que están prácticamente concluidos, parecen salvarse del torbellino de problemas en el que está sumergido Brasil cuando faltan menos de cien días para el inicio de las justas.
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“Estamos preparados para hacer historia”, afirmó el presidente del comité organizador de Río 2016, Carlos Arthur Nuzman al recoger la llama olímpica en una ceremonia en Grecia.
A 9.750 kilómetros de distancia, en el Parque Olímpico cada día hay un frenético movimiento de obreros, dedicados a los trabajos finales en las instalaciones aún inacabadas, en especial en el velódromo y el centro de tenis, las obras más atrasadas.
Del mismo modo, las obras no se detienen en ningún instante en la ampliación del metro y en los carriles de autobús exprés que permitirán llevar a los espectadores desde los hoteles en Copacabana a las instalaciones olímpicas, ubicadas a 28 kilómetros de distancia en el barrio de Barra da Tijuca, y que, según previsiones oficiales, estarán concluidas en julio, pocas semanas antes de la inauguración.
Al margen de las obras, los Juegos se celebrarán en un clima de profunda crisis económica y política, que está en sus momentos álgidos en Brasil, con la cada vez más palpable posibilidad de que sea despojada de su cargo la presidenta Dilma Rousseff.
Aunque los organizadores digan y reiteren que la crisis política no influenciará a los Juegos, a menos de cien días de la inauguración no se sabe qué mandatario recibirá al centenar de jefes de Estado y de Gobierno que se espera que acudan a la ceremonia el 5 de agosto.
La economía brasileña se encuentra en su recesión más aguda desde la década de 1930 y en particular, el estado de Río de Janeiro está prácticamente en bancarrota por la crisis del petróle,,
El gobierno regional es precisamente el responsable de las obras de limpieza de la contaminada bahía de Guanabara, donde se realizarán las pruebas de vela, y que supone la principal promesa incumplida por parte del Municipio de Río. .