Es 30 de septiembre de 1968. Miles de personas se congregan en la nueva planta de Boeing en Everett, a unos 50 kilómetros de Seattle (Estados Unidos), para conocer el nuevo y radical diseño de la empresa fabricante de aviones.
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La iniciativa, sin embargo, no tiene su origen en esa compañía, sino en uno de sus clientes.
Juan Trippe, el jefe de la aerolínea Pan Am, se ha dado cuenta de que aumenta la congestión en los aeropuertos y que, aunque hay un incremento en el número de vuelos, los aviones solo pueden llevar una cantidad relativamente pequeña de pasajeros.
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Una aeronave más grande puede ayudar a las compañías aéreas a reducir costos, por lo que Trippe le pide a Boeing que diseñe algo completamente diferente: un superavión que duplique el tamaño de su modelo 707, hasta ahora la estrella comercial de la compañía.
El nuevo avión se convertirá en sinónimo del glamur de los viajes de larga distancia. Redefinirá la forma y el tamaño de los aeropuertos y se convertirá en un vehículo fundamental para las empresas de transporte de carga.
Se convertirá en un nombre reconocido gracias a un juego de palabras que hace referencia a su tamaño enorme: lo llamarán el Jumbo Jet. Pero, al menos para Boeing, será el 747.
Proyecto militar
La historia de este avión comenzó con un proyecto militar poco conocido.