Son las 8:30 de la mañana de un miércoles soleado en Buenos Aires y el presidente de Argentina, Mauricio Macri, arranca una cadena nacional con un sonriente "buenos días".
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"La última semana hemos tenido nuevas expresiones de falta de confianza en los mercados", continúa, y luego anuncia que acordó con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que se adelante parte de la línea de financiación que se acordó en mayo para evitar el colapso de la economía argentina.
El mensaje dura menos de dos minutos, es escueto y omite detalles sobre cuánto y cuándo será el adelanto.
La idea de Macri, dijo, era calmar los rumores de que Argentina puede volver a declararse en default, una cesación de pagos que sería, al menos, el fracaso político de un gobierno de tecnócratas que fue elegido para ordenar las cuentas.
El objetivo no se cumplió. Al contrario, el peso argentino perdió 8% de su valor, la peor caída en un día desde aquel 8 de mayo, fecha en que Macri anunció la polémica vuelta del FMI.
El mensaje que buscaba generar confianza parece solo haberla pulverizado.
El gobierno argentino ha hecho cualquier cantidad de cosas para detener la caída del peso, que ha perdido 50% de su valor en el último año: invirtieron reservas, modificaron gabinete, se endeudaron, reestructuraron la deuda local y subieron las tasas de interés al 45%, la más alta del mundo.
Pero la llamada "corrida cambiara" sigue y con ello se profundiza el miedo entre los argentinos, que acuden al dólar para defenderse de la devaluación.