Los grupos de rescatistas subían y bajaban de El Rodeo con la mirada ausente que da ver de cerca a la muerte.
La comunidad, a las faldas del Volcán de Fuego en Guatemala, es ahora un fantasma de polvo áspero, una mole irregular de cenizas y lava, un cementerio tibio.
El pasado domingo, un río de piedra hirviente y lodo cubrió el poblado: no queda allí un signo de vida, un recuerdo alegre de lo que hubo alguna vez.
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Una señal en el aire de un socorrista, un grito a veces, es un signo de silencio: un cuerpo más que se suma a la lista que ya muchos sospechan que nunca se completará a cabalidad.
Los recuentos oficiales hablan de decenas de muertos y un par de cientos de desparecidos, pero las capas sucesivas de lava de El Rodeo dan fe de que cualquier cifra definitiva será siempre irreal.
Dos días después, la desesperanza es también la ceniza que se vuelve costras húmedas en los rostros de los socorristas que vienen y van.
"Cada día que pasa, cada hora, es una posibilidad menos de encontrar alguien con vida. Yo diría que las posibilidades están agotadas, pero seguiremos aquí", le cuenta a BBC Mundo Carlos Valenzuela, representante de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres.
Mientras unas grúas remueven polvo y escombros, rescatistas buscan espacio para otros dos cadáveres calcinados que sacarán, dos cuerpos más que todavía nadie sabe si podrán identificar.
Pero de pronto, un grito estremece la ladera de la montaña que lleva a El Rodeo.