Esta vez sí, Albert Einstein se equivocó.
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Para poder demostrarlo sin dejar dudas se echó mano de 100.000 voluntarios que ayudaron a cerrar un debate que el físico teórico alemán mantenía con su colega danés Niels Bohr, hace 100 años.
Einstein aseguraba que si se conocen todas las variables de un sistema y sin que haya influencias externas, se puede conocer el comportamiento de cualquier partícula.
Eso, trátese de un átomo o de todo un planeta.
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Einstein explicaba este comportamiento en su teoría de realismo local que implica que si algo cambia en una partícula, es porque algo en su entorno lo ha hecho.
Por ejemplo, si una mesa se mueve es porque alguien se ha acercado y la ha tocado. Es un concepto más acorde a la física clásica.
Esto, sin embargo, no ocurre cuando las partículas son muy pequeñas, según dice la física cuántica con la que Einstein no estaba muy de acuerdo.
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Sí la defendía Bohr, que sostenía que las partículas son impredecibles: aún cuando se conozcan todas las variables.
En el mundo cuántico, las partículas están también entrelazadas y comparten un mismo estado.
Aunque no estén en el mismo lugar, el estado en el que se encuentra una de las dos partículas afectará a la otra irremediablemente. Y esto vendría a contradecir la teoría del realismo local de Einstein en el que las partículas deben estar en el mismo entorno para mutar.
Partículas unidas
En 1964, cuando el debate entre Bohr y Einstein llevaba vivo tres décadas sin vistos a resolverse más allá del plano filosófico, el científico John Bell diseñó un algoritmo para poder demostrar la física cuántica y el fenómeno del entrelazamiento.
Sugirió separar dos partículas miles de kilómetros y comprobar que sus estados eran capaz de influirse pese a la distancia y de forma simultánea.