"¿Quiere ganarse una plata?".
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Fue tan solo una frase, pero bastó para convencer a María*.
"No teníamos nada que comer…", lamenta esta costarricense de 46 años, arrepentida de su pasado.
El trato era sencillo: 200 dólares por una boda… con un ciudadano chino.
"Me contactó una muchacha, de fuera del barrio, y me dijo si quería ganarme una plata casándome y que me divorciaban luego", cuenta María arropada por sus hijas y nietos en las calles de San José, en busca de alguna ayuda para alimentar a su familia.
Por entonces, la mujer vivía en uno de los barrios más humildes de la capital del país, los llamados "precarios", donde la seguridad brilla por su ausencia.
"Aquí el que menos sabe, más vive", nos advierte una residente en una visita a la zona, ubicada en la falda de una de las montañas que rodean la capital costarricense.
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"Pero yo me las sé todas. Todos lo sabemos todo. Aquí es como ver, oír y callar".
La historia es conocida por los vecinos: un abogado (o un representante de éste) llega al "precario" en busca de los más necesitados y les convence para que contraigan matrimonio con una persona desconocida, un extranjero que busca legalizar su situación en el país.
"Andan normal, buscando a quién agarran. Como aquí la gente requiere… Con poco que lleguen y les ofrezcan, los pobres se van de nariz (sin pensarlo)", asegura una veterana del lugar.