El tiempo se cumplió, la incertidumbre aumenta.
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El expresidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, se negó este viernes a entregarse a la policía dentro del plazo dado por el juez Sergio Moro, que vencía el viernes en la tarde.
Según la orden, el exmandatario debía presentarse ante la policía de Curitiba (sur) antes de las 20:00 GMT para comenzar su condena de 12 años de cárcel por corrupción.
Lula decidió no entregase, un desacato que hace que crezcan las interrogantes sobre qué vendrá ahora.
Mientras sus abogados interponían nuevos recursos para mantenerlo fuera de las rejas, Lula se atrincheró en el edificio del Sindicato Metalúrgico de São Paulo, donde cientos de simpatizantes comenzaron a llegar en su apoyo.
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Todo esto después de que el Tribunal Supremo Federal de Brasil rechazara el pasado miércoles el recurso de ‘habeas corpus’ con que el expresidente buscaba evitar ir a prisión en tanto apelaba su condena.
Entre tanto, las opiniones en torno al caso mantienen una tensión creciente en el panorama político de Brasil y las manifestaciones a favor o en contra de la sentencia se multiplican en varias ciudades.
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Para los conservadores, Lula es la cara más visible de la plaga de corrupción que afecta a la elite política del país.
Pero para la izquierda, es un héroe cuya presidencia entre 2003 y 2010 sirvió para reducir los niveles de pobreza y ahora es víctima de un sistema judicial que pasa por alto otros escándalos de corrupción, como los atribuidos al presidente Michel Temer.