"Yo sentía que sabía más que mis jefes".
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Palabras que parecen pronunciadas por un argentino, pero es ucraniano.
Su nombre es Alexandr Evterev, tiene 32 años y es dueño de la cadena de kioscos más famosa de Buenos Aires, El Jevi.
No es la más grande: hay dos cadenas de este tipo de tienda con más locales que la suya.
Están por toda la ciudad, casi siempre en las esquinas, abiertas 24 horas. Venden dulces, cigarrillos, bebidas, desodorante, baterías y alfajores, muchos alfajores, con o sin dulce de leche; con o sin gluten; blancos o negros. Y dulces, muy dulces.
Pero la diferencia entre El Jevi y los demás kioscos no está en lo que vende, sino en lo que suena.
Evterev —ojos azules, cuerpo fornido, rasgos eslavos— era fanático del heavy metal cuando, de adolescente, estaba a cargo de la tienda barrial de sus padres en Varela, una de esas localidades del conurbano bonaerense sumidas en la pobreza y la delincuencia.