Durante más de una hora el niño esperó pacientemente dentro de un clóset para asustar a su hermana menor. Era Guillermo del Toro, quien entonces tendría unos diez años.
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Con lápices de colores se pintó la cara, se puso una larga bata negra y de la boca le sobresalían unos largos colmillos de plástico, como los de los vampiros que veía en las películas.
El susto que se llevó la pequeña Susana fue mayúsculo, pero el regaño de su mamá, Guadalupe Gómez, fue todavía más grande.
Varias décadas después algunos afirman que el cineasta todavía recuerda ese mal rato.
La anécdota ilustra el gusto que desde siempre ha tenido el director de cine por los monstruos y las historias fantásticas.