El curling lo volvió a hacer y se convirtió de nuevo en el deporte sensación de las Olimpiadas de invierno, la vitrina que aprovecha cada cuatro años para atraer como ningún otro deporte a una nueva legión de adeptos.
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Lo peculiar de su puesta en escena es la carta de presentación para generar el aura de misterio que le permite diferenciarse de los otros seis deportes olímpicos que se dieron cita en PyeongChang.
No tiene la espectacularidad del esquí alpino, ni la adrenalina del descenso en trineos. Tampoco cuenta con la elegancia del patinaje artístico o el riesgo de las piruetas y carreras del snowboard.