El taxi amarillo estaciona sobre un charco de agua oscura, escacha una lata de refresco desparramada en el suelo y obliga a detener un partidillo de fútbol de niños descamisados en la calle Obrapía de La Habana Vieja.
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Del taxi baja Indira, mulata de 42 años. Cruza la calle y toca un timbre en el número 638.
El taxista apea una enorme maleta de ruedas, recibe su pago y se marcha. Al instante, los niños vuelven a correr detrás del balón.
La puerta se abre y una anciana pega un grito seco de alegría. Diecinueve años después, Dolores, una señora de 79 años, vuelve a tener delante a su única hija Indira.
Indira quiere volver a ser cubana, condición que había perdido, según las leyes migratorias de su país, por haber estado fuera de la isla en los últimos 19 años.