Ana tenía 18 años cuando oyó hablar de la maternidad subrogada en una noticia de la televisión.
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Acababa de terminar la escuela secundaria y tenía planes de empezar a trabajar en un hotel en su pueblo, en el oeste de Ucrania, al que llegan muchos turistas para ver un castillo medieval.
Allí cobraría US$200 al mes, pero se dio cuenta de que por llevar el bebé de otras personas podría ganar US$20.000.
Para los estándares locales, la familia de Ana no es pobre. Su madre es contable y siempre la ha apoyado en sus decisiones.
Pero Ana dice que la atrajo la posibilidad de ser madre sustituta porque "quería tener algo más", para poder permitirse "cosas caras", como reformar la casa, un carro, electrodomésticos…