Diciembre no llega despacio, irrumpe. Se llena la agenda, se cruzan los planes y la mesa se convierte en punto de encuentro casi todos los días. Es el mes del “solo hoy”, del brindis repetido y de la comida que no espera a que tengas hambre otra vez.
Las fiestas cambian todo: los horarios, el descanso, la forma de comer y hasta la energía con la que despertamos. No es algo malo, es parte de la temporada. El problema aparece cuando no hay pausas, cuando todo se vive al máximo todos los días y el cuerpo empieza a pedir tregua.
Cuidarse en diciembre no significa decir que no. Significa escucharse. Saber cuándo bajar el ritmo, cuándo una pausa también es un plan y cuándo el descanso es tan importante como la celebración. Tomar agua aunque no sea lo más tentador, no llegar con hambre acumulada a todas las cenas, alternar días intensos con otros más tranquilos y dormir mejor cuando se puede son decisiones pequeñas que marcan la diferencia.
Muchas veces el verdadero exceso no está en la comida o en el brindis, sino en no detenerse nunca. Diciembre no es una sola noche: es casi un mes entero de encuentros. Por eso, pensar en el cuidado como algo cotidiano —realista y posible— ayuda a sostener la energía durante toda la temporada.
Disfrutar también es pensar en el después. En cómo quieres sentirte al día siguiente, la semana siguiente y cuando empiece enero. Celebrar sin culpa, pero sin castigarse luego, es una forma de quererse.
Cerrar el año con el cuerpo acompañando y no pidiendo pausa es parte de una celebración más consciente. Porque disfrutar la mesa, la familia y los amigos no está reñido con cuidarse. Al contrario: cuando hay equilibrio, las fiestas se disfrutan más y duran mejor.
