En las faldas del Cerro del Carmen, lugar donde nació Guayaquil, el aroma a pan fresco es un abrazo diario para las miles de familias que viven y visitan ese sector gracias a la Panadería La Excelencia, que se ha consolidado como un referente de sabor y superación.
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Detrás de sus vitrinas repletas de delicias, se esconde una historia de esfuerzo incansable, fe y la visión de un emprendedor que transformó un inicio humilde en un negocio próspero que hoy celebra décadas de vida.
Metro Ecuador conversó con Ángel Gerardo Flores, cofundador de esta querida panadería, quien compartió los orígenes y la esencia de su éxito.
Un camino forjado en el horno
“Mis inicios son un poco melancólicos, a la vez satisfactorios; hay una mezcla de sentimientos”, comienza relatando Gerardo Flores. Su viaje a Guayaquil empezó a los 12 años, un camino que lo llevó directamente al mundo del pan. “Agradezco mucho a Panadería Nacional”, recuerda con gratitud.
Flores destaca cuatro pilares fundamentales en la trayectoria de Panadería La Excelencia, que ya suma entre 35 y 40 años: “Primero, a Dios. Segundo, a Panadería Nacional que me abrió las puertas; segundo, a mí no me han pagado por la cuña, pero quiero resaltar a Levapán S.A., que ha sido uno de los pioneros para llevarnos de la mano con nuestros excelentes productos y para crecer juntos, porque sin ellos nosotros no pudiéramos haber sido nada tampoco. Y bueno, a todos mis colaboradores que todos casi iniciaron conmigo, no hemos cambiado de personal y me siento orgulloso de compartir como amigos, y como personas de bien que somos trabajando día a día, laborando este lindo producto que es el pan”.
Este vínculo con su equipo, casi familiar, es clave en su filosofía.
Un gran Sueño Familiar
La Panadería La Excelencia es un auténtico negocio familiar, fruto de la unión entre Gerardo, encargado de la producción, y su cuñado César, quien lidera la administración.
Para emprender en Guayaquil, una ciudad que él describe como “una maravilla” y “una puerta para todos los emprendedores”, tuvo que desprenderse de sus bienes más preciados con los que llegó desde Píllaro, en la provincia de Tungurahua, a la urbe porteña: “mi vaquita, mi borreguito”.
A pesar de la melancolía del comienzo, la pasión lo atrapó desde el primer día. “A mano elaboraba el pan todos los días, de hecho, tengo una deformidad en los dedos”, revela, mostrando las marcas de su dedicación. Esa “patadita” inicial de sus colaboradores fue crucial para seguir adelante.
Panadería La Excelencia ha crecido exponencialmente. De un único y modesto local, han expandido su presencia a tres sucursales y están a punto de inaugurar una planta de producción de 800 metros cuadrados con tecnología de punta.
“Para lograr eso no es fácil, es un camino muy piedroso, pero hay que saberlo labrar día a día, tú mismo con tu presencia, con tus conocimientos, tratando bien al personal, siendo amigo del personal, no jefe”, enfatiza Flores.
La clave, según él, reside también en la elección de insumos: “eligiendo productos de calidad, no porque te vienen a dejar más barato, coger cualquier producto, seleccionar el producto, no importando el precio, seleccionar el producto e ir de la mano con las grandes empresas.
La innovación es una constante. “Nosotros empezamos con tres tipos de panes, que era el enrollado, el brillollo y el pan de dulce. Actualmente contamos con más de 25, 27 variedades de pan”, explica.
Además, han diversificado su oferta con una gran variedad de dulces, impulsados por la exigencia de sus clientes: “Es que los mismos clientes te van presionando y exigiendo que tú evoluciones, si no te vas a quedar. Antes empezamos a mano, ahora tenemos un conjunto de maquinaria siquiera de 10 máquinas procesando las 24 horas, entonces yo me siento muy orgulloso, muy orgulloso de mí y de mi personal”.
Un negocio de valores y conexiones humanas
Para Gerardo Flores, la panadería es mucho más que fabricar productos; es un espacio de encuentro y apoyo. “No solo es hacer pan, sino recibirle al cliente con esa sonrisa que tal vez viene con un problema, aquí que le descargan los problemas”, comenta.
Incluso, en un gesto de generosidad, afirma: “aquí, incluso si no tienen dinero también vengan y coman pan, uno se hace muchos amigos”.
Sus “redes sociales” son sus vecinos y la interacción diaria: “mi vecina, mi vecino, que cómo estás, ese es mi Facebook”. Para él, la panadería es un “conjunto familiar” donde se familiarizan con cada cliente que los visita a diario.
El éxito, para Flores, es compartido: “El éxito es parte de ellos (sus colaboradores), ellos no están solamente por un sueldo, están para continuar innovando aquí conmigo.
Finalmente, Gerardo Flores extiende un profundo agradecimiento a la clientela que los ha acompañado por décadas: “Les agradezco a los clientes que nos han visitado desde hace 30 años. Su lealtad es la clave del crecimiento y la perdurabilidad de Panadería La Excelencia”.