“La cocina es un lenguaje mediante el cual se puede expresar armonía, felicidad, belleza, poesía, complejidad, magia, humor, provocación, cultura”, mencionó en su momento Ferran Adriá (cocinero español). Estos sentimientos son los que puedes comprobar cuando visitas Cardinal, una de las huecas de Ibarra.
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El lugar, literalmente, es una hueca donde percibes tres vibras geniales antes de realizar un pedido. Juan Fer, Pablo y Alejandra te inundan con su cordialidad, como si se tratará de una entrada perfecta antes de probar sus inconfundibles hamburguesas.
Su residencia, ubicada cerca del campus de la Universidad Católica, te invita a sentirte cómodo para emprender una charla, salir de tu día ajetreado y encontrar nuevos amigos con la compañía de una smash burger.
Desafortunadamente para sus comensales, este emprendimiento/dark kitchen solo presta atención los viernes y sábados. Sea bajo pedido o reservación, los consumidores se enfrentan a un limitado stock pero la lucha por uno de sus productos vale la pena.
La improvisación se queda fuera de este lugar, donde un hogar se construye a diario y la creatividad, amor y carisma forman parte de cada uno de sus alimentos; los ingredientes son tan frescos que la primera mordida bastará para sentirse satisfechos con su sabor.
A medida que avanzan los días, su experiencia crece y con ello el afán de que su producto sea de mejor calidad sin afectar su costo. Su pan de papa y sus crujientes papas con cáscara le dan un toque especial a esta experiencia.
La ‘Doble Fully Kings’ es su puntal, la cual no puedes dejar de probar. Eso sí, acompañado de sus exquisitas salsas que parecen haber nacido de la receta de la abuela. Te sientes en casa, te sientes en familia.
Su esencia la podrás palmar desde sus envolturas, música y, por supuesto, su comida. Estás obligado en acompañarlo con una gaseosa y, para los de mayor apetito, unas ‘Animal Fries’ caen como anillo al dedo.
Cardinal se perfila como una gigante hueca que quiere revolucionar la forma de consumir la ‘comida rápida’. La espera, sin duda, vale la pena. El único riesgo es que con cada bocado tu estómago y corazón pueden hacerse adictos a este sabor casero.