El Proyecto ANA, liderado por Lavinia Valbonesi, Primera Servidora del país, ha pasado de ser una carpeta de sueños a una plataforma que impulsa educación, empleabilidad y salud para miles de mujeres en Ecuador. Con alianzas innovadoras y planes de autosustentabilidad, la fundación busca trascender en el tiempo y convertirse en referente regional.
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Cuéntanos del Proyecto ANA. ¿Cómo inició y qué logros destacarías hoy?
—Es emocionante retroceder en el tiempo y ver cómo hemos avanzado. El proyecto empezó con una carpeta y unos sueños escritos en papel. Hoy es una realidad que está transformando vidas en todas las regiones del Ecuador: Costa, Sierra, Amazonía e Islas Galápagos.
Tres meses después de la presentación del Proyecto ANA, lanzamos una plataforma en línea que hasta hoy ya tiene más de 350 mil mujeres inscritas. De ellas, 50 mil se han graduado en cursos diversos y 5 mil han accedido a empleos dignos.
Además, conforme se han abierto las puertas para este Proyecto, inauguramos en Quito un centro integral donde ofrecemos asesoría jurídica, psicológica y médica gratuita. En paralelo, gestionamos la apertura de nuestro primer centro de acogida privado y trabajamos en una aplicación de auxilio para mujeres en situación de riesgo. La idea es acompañar a las mujeres en todo el ciclo: formación, empleabilidad, apoyo legal y salud.
El proyecto ANA se sostiene mucho en alianzas. ¿Qué destacarías de ellas?
—Las alianzas han sido determinantes. Con TIPTI, por ejemplo, logramos 200 becas en inteligencia artificial, un área con alta demanda global. No solo es la beca: las beneficiarias reciben seguro de salud, clases de inglés y acompañamiento laboral. Gracias a esta iniciativa, varias mujeres ya trabajan para empresas internacionales sin dejar Ecuador. Esto abre un horizonte distinto: pasamos de exportar productos agrícolas a exportar talento.
Con KIA, en cambio, estamos creando el primer auto ensamblado íntegramente por mujeres del Proyecto ANA, una experiencia que rompe estereotipos y abre espacios en la mecánica y la construcción. También hemos tenido campañas solidarias con marcas como Agua Splendor, Krispy Kreme y Blend, que con productos específicos (agua solidaria, la “Dona que Dona” o la “Hamburguesa ANA”) generan recursos y conciencia social. Cada alianza suma visibilidad y oportunidades.
¿Cómo funciona la plataforma de inscripción y cómo seleccionan a las participantes?
—La plataforma es abierta y flexible. Se ofrece cursos de inglés, farmacología, belleza e inteligencia artificial, combinando clases en vivo, talleres presenciales y contenidos grabados. Las mujeres pueden estudiar a su propio ritmo y según su disponibilidad de tiempo. Un dato curioso es que 60 mil hombres intentaron inscribirse haciéndose pasar por mujeres, lo que evidencia la gran demanda de capacitación que existe en el país.
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Para la empleabilidad usamos nuestra base de datos segmentada por habilidades, edades y provincias. Cuando surge una vacante, buscamos candidatas y gestionamos entrevistas. En emprendimientos, la dinámica es distinta: las mujeres se convierten en autosuficientes, organizan sus horarios y productos y encuentran en ANA un respaldo para lanzarse al mercado.

¿Qué impacto concreto ha tenido ANA en romper estereotipos laborales?
—El cambio es visible. Tenemos mujeres que hoy son camioneras, plomeras, electricistas o mecánicas, es decir, sectores históricamente ocupados solo por hombres. También mujeres mayores que han regresado al mercado laboral, como una participante de 63 años que ahora trabaja en un call center. Estos casos muestran que la edad y el género no son barreras cuando se combina educación con oportunidades. Además, cada historia es una inspiración para otras que empiezan a creer que es posible abrirse camino en espacios tradicionales.
¿Cómo logran sostener una estructura tan amplia en apenas año y medio?
—La clave han sido las alianzas estratégicas. Nos hemos vinculado con universidades, institutos técnicos, profesionales independientes y fundaciones. Nosotros reunimos a las mujeres y gestionamos la logística, y los aliados ponen la capacitación y los recursos especializados. Además, contamos con equipos de comunicación, territorio, proyectos y brigadas médicas. Estas últimas trabajan en conjunto con centros de salud y fundaciones como Cruzada Nueva Humanidad, que aportan atención médica y medicinas.
El trabajo en equipo ha sido esencial: mientras una parte organiza los cursos y talleres, otra gestiona donaciones internacionales de medicinas, sillas de ruedas o tratamientos médicos. Es un engranaje que requiere coordinación constante, pero que demuestra que cuando se comparte una visión, se pueden lograr grandes cosas en poco tiempo.
¿Qué planes tienen a futuro?
—Queremos que ANA trascienda en el tiempo, más allá de la coyuntura política. Para eso buscamos la autosustentabilidad. Estamos próximos a lanzar una línea de productos de cuidado personal con enfoque social: shampoos, pañitos húmedos, artículos capilares y de cuidado infantil. Estarán disponibles en cadenas comerciales del país.
El 100% de lo recaudado se invertirá en becas, brigadas médicas, centros de acogida, becas y cursos de formación. Es una forma de garantizar que ANA siga creciendo sin depender solo de donaciones.
¿Cuántas mujeres y familias han sido beneficiadas hasta ahora?
—Los números son contundentes: más de 350 mil mujeres inscritas en la plataforma, 50 mil graduadas y 5 mil trabajando en plazas dignas, incluso con empleadores internacionales. A eso se suman 100 mil familias en territorio apoyadas con medicinas, alimentos, ropa, viviendas y becas universitarias. En casos de emergencia hemos estado presentes en todas las provincias, entregando desde kits básicos hasta casas completas. Cada cifra representa una vida transformada, una familia con esperanza renovada.
También hemos atendido 69 casos de salud con una inversión de 1.8 millones de dólares en medicinas, tratamientos y equipos. Son cifras que parecen grandes, pero detrás de cada número hay historias concretas: un niño que recibe un trasplante, una madre que recupera su movilidad gracias a una silla de ruedas, o una familia que vuelve a tener un techo después de perderlo todo.
Como Primera Servidora del Ecuador, mi trabajo se ha enfocado mucho en la parte social.
Lavinia, ¿cómo logras equilibrar tu vida personal con el trabajo como primera servidora y líder de ANA?
—No ha sido fácil, pero lo que me impulsa son las historias de las mujeres que conozco en territorio. Muchas de ellas cuidan solas de sus hijos, trabajan en condiciones adversas y aun así salen adelante. Ellas me inspiran. Pienso: si ellas pueden, ¿cómo no voy a poder yo desde mi posición de privilegio? Eso me ayuda a organizar mejor mi tiempo y mantener claras mis metas. Es un equilibrio entre servicio, familia y proyectos personales.
Al mismo tiempo, he aprendido a rodearme de un equipo que comparte la misma visión. Eso permite delegar y no cargar todo en los hombros. La clave está en reconocer que la fuerza está en lo colectivo, no en lo individual. Y por supuesto, también en encontrar momentos de calidad con mi familia, que es mi mayor fuente de energía.
Un mensaje final para nuestros lectores de Metro Ecuador
—Liderar el Proyecto ANA es una responsabilidad inmensa, pero también un honor. Como madre y mujer ecuatoriana sé lo que significa luchar por salir adelante. Nuestro compromiso es estar en territorio, generar oportunidades y devolver esperanza. Queremos que cada familia ecuatoriana pueda acceder a una vida digna, y estamos trabajando todos los días para que eso se haga realidad. El mensaje es claro: con alianzas, con visión y con compromiso, es posible transformar un país desde las historias de su gente.