Sarah Walter, una mujer británica de 39 años, jamás imaginó que una molestia visual aparentemente inofensiva terminaría en un diagnóstico devastador: melanoma ocular, el tipo de cáncer más común que afecta al globo ocular.
Lo que empezó como visión borrosa terminó llevándola a una cirugía que le salvó la vida.
Los primeros síntomas que ignoró
El 16 de noviembre de 2024, mientras trabajaba como asistente en una escuela primaria, Sarah notó que su ojo izquierdo se veía borroso.
Pensó que era algo pasajero: tal vez una irritación o simplemente cansancio. Con el pasar de los días, la molestia aumentó.
Ella creyó que “solo necesitaba unas gafas”, pues nunca había tenido problemas de la vista.“Soy una persona relajada y pensé que se me pasaría”, relató al medio The Sun.
La insistencia que cambió su destino
Su esposo Mark, de 44 años, junto con otros familiares, percibieron que su ojo se veía anormal.
Le suplicaron que acudiera al médico, temiendo que fuera algo serio. Finalmente, después del trabajo, Mark la llevó directamente al hospital.“Si no fuera por ellos, no sé dónde estaría. Mi familia me salvó la vida”, expresó.
Tres días después, las pruebas revelaron la magnitud del problema: un tumor de 4,5 centímetros cubría una cuarta parte de su ojo.
La noticia la dejó atónita. Nunca había escuchado del melanoma ocular ni imaginaba que algo “normal” pudiera terminar en un diagnóstico tan grave.
Un tipo de cáncer silencioso
El melanoma ocular se origina en las células que producen melanina.
Según la Clínica Mayo, puede causar visión borrosa, destellos de luz, puntos oscuros en el iris o irritación. En muchos casos, avanza sin dolor, lo que retrasa la detección.
Ante el diagnóstico, los médicos le plantearon dos opciones: una radioterapia altamente invasiva que probablemente destruiría su visión, o la extirpación total del ojo, procedimiento conocido como enucleación.
La decisión más difícil de su vida
El oncólogo le recomendó la enucleación como la alternativa más segura para su edad y su rol como madre de dos niños pequeños.
“Fue devastador. Lloré durante mucho tiempo. Pero solo quería que el cáncer desapareciera”, recordó.
Sarah temía también por su apariencia física y por cómo sería vivir sin un ojo.
Los especialistas la tranquilizaron y le explicaron que recibiría una prótesis ocular que mantendría una apariencia natural.
“Pensé que solo me cerrarían el párpado. No sabía nada de prótesis oculares. Me explicaron todo y sentí algo de alivio”, contó.
Una cirugía que le salvó la vida
La operación duró dos horas. Los médicos retiraron el ojo afectado, colocaron un implante en los músculos y un conformador para mantener la cavidad abierta.
Durante la primera semana, la hinchazón impedía ver el resultado. Cuando por fin pudo observar la cavidad, se llevó un gran impacto:“Era como un enchufe rojo. Me asusté, pero me dijeron que era parte del proceso”.
Aunque el camino emocional ha sido duro, Sarah agradece cada día haber escuchado a su familia. Su caso se ha convertido en un recordatorio sobre la importancia de acudir al médico ante síntomas visuales persistentes.“Si hubiera esperado más, no estaría aquí. Mi esposo y mis hijos me salvaron”, afirmó.
Hoy continúa su recuperación, adaptándose a su prótesis y compartiendo su historia para concientizar sobre un cáncer tan silencioso como peligroso.

