La investigación del asesinato de Mónica Páez, ocurrido el 16 de marzo de 2025 en el norte de Quito, apunta a una de las traiciones más dolorosas: su nieto Juan Francisco A. convivía con ella y habría proporcionado datos sobre sus movimientos diarios, pieza clave para concretar el ataque.
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El asesinato de Mónica Páez, una mujer de 70 años que llegaba a una iglesia en el norte de Quito, conmocionó al país por el nivel de frialdad y traición familiar que lo rodea. La Policía y la Fiscalía identificaron como autor intelectual a su propio hijo, Bolívar A., quien desde la cárcel del Inca coordinó el crimen con la participación directa de sus hijos.
Uno de ellos, Juan Francisco A., vivía con la señora Páez y habría sido quien entregó la información sobre sus rutinas, permitiendo que los sicarios conocieran el momento exacto para atacarla. Su cercanía con la víctima lo convertía en una pieza estratégica del plan.
Las investigaciones señalan que, al momento de su detención, Juan Francisco tenía en su poder un acta de defunción falsa y sellos notariales, lo que hace presumir que buscaba falsificar documentos para apropiarse de las propiedades de su abuela.
El ataque ocurrió cuando dos mujeres verificaron la identidad de Mónica Páez y dieron aviso a los sicarios que llegaron en motocicleta. Cinco disparos terminaron con la vida de la mujer, mientras las cámaras de seguridad registraban la participación de los implicados.
La clave para descubrir la trama fue el testimonio de J. P., una mujer cercana a los sospechosos que relató cómo desde prisión se coordinaban transferencias y pagos. Su declaración confirmó la participación activa de Juan Francisco en la logística del crimen.
Actualmente, Bolívar A., Juan Francisco A. y Jonier A. (identificado como el sicario) están detenidos. Otro de los nietos, José Daniel A. C., se encuentra prófugo y con orden de captura internacional. También permanecen procesadas las dos mujeres vistas en las cámaras de seguridad.
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La familia de Mónica Páez asegura sentirse devastada: “Siempre lo ayudó, incluso cuando fue detenido. Nunca imaginamos una traición tan atroz”, expresaron.
El caso refleja cómo la ambición económica y la violencia organizada alcanzaron a una familia quiteña, dejando como saldo un crimen gestado desde prisión y ejecutado con la complicidad de quienes debieron proteger a la víctima.