En el corazón de Quito, entre el aroma de la guatita y el vapor del encebollado, se teje una historia de lucha, sabor y familia. “Antojo Manabita” no es solo un restaurante: es el legado de Édgar López, un emprendedor que transformó un coche de comida en una marca reconocida por su sazón manabita, su filosofía familiar y su ambición de llevar la gastronomía ecuatoriana al siguiente nivel.
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El origen: ollas, leña y sueños
La historia comenzó en los años ochenta. Desde su infancia en Manabí, Édgar ayudaba a su madre en su negocio informal de cocina. De ella aprendió la sazón. El menú era tan variado como popular: ceviche de concha, encebollado, guatita, arroz y gelatina. Todo preparado en casa, cargado en ollas gigantes, y servido con amor en un puesto improvisado. Aunque Édgar admite que la gastronomía no era de su preferencia, siguió un sabio consejo de su madre: “Puedes dejar de comprarte ropa, pero no de comer”, recuerda Édgar, marcando el inicio de su negocio.
Pese a las complicaciones iniciales, Édgar aplicó una estrategia simple pero poderosa: ahorrar todos los días una parte de la venta, con la mira fija en tener un local propio. ¡Y lo logró!
De un coche prestado, pasó a un pequeño local, hasta consolidar un espacio propio con cocina, comedores y una visión a futuro.

De la olla al ISO 9001: profesionalizar el sabor
Los platos estrella de Antojo Manabita, como la guatita y la bandera, no solo se mantienen fieles a las recetas de su madre y abuela, sino que han sido estandarizados para garantizar su sabor en cada visita. Eso fue gracias a Rashel López, hija de Édgar y actual gerente del negocio. Con apenas tres años al mando, ha liderado la modernización del restaurante, implementando procesos, estandarizando recetas y obteniendo la certificación ISO 9001, un hito poco común en la gastronomía local.
“Queríamos que la experiencia sea igual de buena en cada plato, cada vez que alguien nos visite. Y eso solo se logra con estructura”, explica Rashel. La pandemia fue el impulso para profesionalizar la operación, cambiar el sistema interno, digitalizar procesos y pensar en escalabilidad.
El Valle: una locura de bambú y fe
El sueño de expandirse a un segundo local se materializó en el Valle de Los Chillos. Lo que comenzó como una búsqueda de local se convirtió en una odisea de créditos, diseños y desafíos constructivos. Édgar quería que el nuevo restaurante fuese de bambú, un material que evocaba sus raíces manabitas. Pero no había normativa en Quito para construir con ese material, así que junto a arquitectos y expertos internacionales, impulsó un proyecto pionero que hoy es uno de los locales más grandes y singulares del país.
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El lugar no solo es estéticamente impresionante: tiene salones, áreas verdes, zonas para eventos y una cocina pensada para volumen. Pero también fue un salto de fe. “Me prestaron congeladores, equipos, y proveedores confiaron solo en mi palabra”, cuenta Édgar, que durante semanas no sabía cómo terminaría de pagar la construcción. El resultado fue un restaurante emblemático que simboliza la perseverancia y el sueño cumplido.
La nueva generación y el sueño de masificación
Antojos Express es la nueva marca que Rashel ha liderado para adaptarse a los nuevos hábitos de consumo, y es justamente la marca con la que participaron en el Encebollado Fest 2025, alcanzando el tercer lugar.
Con precios accesibles, procesos industrializados y menús simplificados, esta nueva marca busca replicar el éxito de Antojo Manabita en un formato más escalable, apostando por locales pequeños, rápidos y con sabor tradicional.
El modelo ya funciona con dos locales e inversionistas privados que confiaron en la visión. Desde desayunos hasta cenas post-farra, Antojos Express apunta a estar donde el cliente esté. Rashel combina su formación internacional con una pasión por Ecuador y su gastronomía. “Nuestro objetivo es llevar la comida ecuatoriana a vitrinas internacionales. Ya hemos estado en eventos en Nueva York, Manabí y Reino Unido. Esto va más allá de un plato: es identidad nacional.”
El sabor del futuro
La historia de Antojo Manabita no es solo una historia de emprendimiento: es una crónica de identidad, evolución y pertenencia. Desde las calles de Quito hasta eventos en el extranjero, desde la olla de la abuela hasta sistemas ISO, la marca demuestra que la gastronomía ecuatoriana puede ser tan ambiciosa como auténtica. Y que un buen plato, cuando tiene historia, sabe a hogar.