Fuerte de carácter. Sensible de corazón. Así es Estefanía Grunauer, quien sobre su espalda tiene una responsabilidad enorme: controlar una ciudad de 3 millones de habitantes en medio de una pandemia.
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El 16 de marzo de este año, su vida dio un giro total. Mientras el Alcalde de la ciudad, Jorge Yunda, anunciaba las medidas restrictivas para Quito, ella preparaba a sus hijas para dormir.
Por primera vez, el futuro era más que incierto. Si bien, sobre su cabeza pasaban miles de estrategias a implementar en el espacio público, su preocupación estaba centrada en sus dos pequeñas.
La información sobre el covid19 abundaba. Por lo mismo era confusa. Los relatos en fronteras cercanas eran aterradores. Las cifras de víctimas mortales no paraban en llegar.
El llanto llegó. La noche fue larga. El miedo también se instaló. Nada de estas sensaciones paralizaron a la l. El trabajo comenzó a las 05:00 del 17 de marzo. Salir de casa era toda una odisea. Y el valor solo podía venir de un beso a sus hijas.
Desde entonces, las jornadas de trabajo son incalculables. Estefanía ha liderado más de 13 mil operativos en la capital. El más fuerte fue aquel que se organizó el 24 de marzo. 8 días después del estado de excepción había que recuperar la calle Loja en el popular barrio de San Roque.
Era la 01:00 de la mañana y en el sector, la temperatura bordeaba los 8 grados. Nuevamente, el temor de salir a darle cara a una pandemia mortal visitaba su puerta. La responsabilidad con su ciudad jamás le permitía eludir el desafío. Esta vez había que enfrentar al virus, a delincuentes que por esas horas rondan el sector y a una colonia de ratas que estaban en medio de los puestos informales que habían dejado sin veredas al sector.
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Mientras los bomberos destruían las estructuras que bloqueaban las calles, Grunauer junto a 30 personas más se arremangaban las chompas y confiaban en que los guantes de látex protegerían sus manos. Con esa convicción cargaron decenas de camiones de escombros en medio de saltos constantes e interminables de roedores.
A las 06:00 el frío seguía, pero ya era imperceptible. El cansancio llegó. El sueño vencía, pero la satisfacción del deber cumplido hacía que la adrenalina postergue la
necesidad de descansar.
Dijeron que era imposible el cambio. Que recuperar el lugar podía costar vidas. Nada de eso importó cuando la decisión estaba tomada. Esa misma decisión es la que impulsa, orienta y acompaña a los cerca de 300 funcionarios que multiplican esfuerzos por controlar las 36 competencias en medio de la pandemia.
Y en medio de todas las preocupaciones, no deja de ser mamá, el trabajo más sublime, más duro y el que más le recompensa.
Con Victoria se estrenó en el oficio y con Alegría ratificó que no hay mejor presente en la vida que los hijos. Y por ellas mismo, sabe que no puede desmayar en la tarea encomendada, de cuidar a Quito, ciudad a la que prepara con optimismo para que en el futuro sea armónica para sus hijas.
Esa batalla, necesita de coraje diario, ese que no le falta a pesar de todos los problemas que desde las 04:00 de la mañana debe atender en una ciudad que hace mucho tiempo dejó de dormir, pese a la pandemia.