En medio de la tormenta global generada por dramáticas imágenes de niños en campamentos para migrantes al ser separados de sus padres en Estados Unidos que que provocó que el presidente Donald Trump firmara una orden para frenar la separación de niños y padres migrantes, Metro habló con un trabajador de uno de los albergues donde ubican a los menores detenidos en su intento por ingresar al país norteamericano.
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El empleado —que labora como consejero de salud mental en un albergue en Arizona— accedió a hablar con Metro bajo condición de anonimato para explicar las condiciones en las que viven los menores en la institución donde labora. En este caso se trata de un albergue que recibe a menores entre 13 a 17 años. Anteriormente recibían niños pequeños de tres años en adelante, pero ahora solo tienen adolescentes y jóvenes. Para efectos de esta historia llamaremos José al consejero de salud Mental que habló con este diario bajo condición de anonimato. Se trata de un funcionario hispano del gobierno federal de Estados Unidos.
Al momento de la entrevista con José, ya Trump había firmado la orden que pretende frenar las separaciones de familias migrantes en proceso de deportación, pero según nos confirmó el empleado de uno de los albergues en Arizona, aún no recibían directrices para cambiar sus procedimientos.
¿Qué le proveen a los menores en estos centros donde los llevan cuando los separan de sus padres?
—A los jóvenes allí se les provee un cuarto (habitación), tienen una cama, no es una habitación para ellos solos hay más personas, se les provee una cama, aire acondicionado, se le provee ropa, tenis (calzado deportivo), se le provee tres comidas al día, más tres meriendas, tienen recreación, tienen educación en inglés, en historia, matemáticas, hay clases vocacionales.
¿Donde usted trabaja llevan niños pequeños?
—Habían desde tres años hasta 17, luego cambió y empezaron a tomar jóvenes solamente de nueve a 17. Entonces, ahora yo estoy en un lugar distinto que se toman solamente de 13 a 17.
Las imágenes que han salido en los medios de comunicación de jaulas donde ubican a los niños, ¿donde usted trabaja es así?
—No, no, no…. Más bien parece como una escuela el lugar, una escuela.
¿Los menores hablan español?
—No, la mayoría vienen de Guatemala y hablan dialectos. En Guatemala hay 37 dialectos. Vienen de Guatemala, de Honduras, El Salvador, muy pocos vienen de México.
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¿Y cómo se comunican con ellos?
—Hay traductores, pero su segundo idioma vendría siendo el español, o sea que ellos entienden bien, pero se les hace difícil la pronunciación, pero todo lo demás ellos lo entienden.
¿Usted no ha estado entonces en estos casos de niños bien pequeños?
—En algún momento los manejé, inclusive antes se manejaban jóvenes embarazadas. Por un cambio en la política dejaron de traer jóvenes embarazadas.
¿Cómo se maneja el momento de la separación? ¿Cómo trabajan psicológicamente con los menores?
—Los jóvenes que llegan con sus papás son separados por el hecho de que no pueden ir a la prisión con sus padres. Los padres que cruzan de manera ilegal, por el río o por el desierto, a ellos los ponen en una cárcel. A los niños no, a los niños menores de 17 años los llevan a albergue. Ellos están en algo que s llama ICE la primera noche, ahí es el primer centro de detención donde ellos dan la información, quienes son, qué edad tienen y cuando los separan ellos van a los albergues; los niños.
Las situaciones emocionales de los niños se tratan con consejeros de salud mental, que es mi posición. Nosotros trabajamos el trauma con el que ellos vienen. Los jóvenes se ven una vez por semana o dos veces o tres dependiendo la situación que tenga el joven. Se le asigna un manejador de caso, que esa es que va a manejar el caso por si tienen un familiar en Estados Unidos con los que se puedan ir en caso de que el padre pueda salir.
Por su experiencia, ¿esos jóvenes llegan con traumas o es más bien por llegar a un lugar desconocido y que ya no están con alguien familiar?
—Es trauma… Hace unos años atrás los jóvenes venían por la pobreza, después venían por la Mara Salvatrucha (es una pandilla bien grande en el área de Centroamérica) que ellos van huyendo de ellos. A muchos los amenazan con matarle la familia si no se vuelven miembros de los Mara Salvatrucha.
Las leyes de los albergues aplican a menores solamente, pero este año están viniendo los Mara Salvatrucha con niños con la intención de no ser separados. Las políticas están cambiando porque muchos de los jóvenes que nosotros tenemos en los albergues se han convertido en esa pandilla.
Si esto es un procedimiento de muchos años, usted que trabaja en el sistema ¿a qué le adjudica el revuelo mundial que provocó en este momento?
—Porque está de moda y la gente odia a Donald Trump y le quieren echar la culpa a Donald Trump. Las noticias acá en Estados Unidos están tirando unas imágenes que no son ciertas… Por ejemplo, están tirando imágenes de niños vestidos de anaranjado como si fueran presos, como si estuviesen en jaulas y nada de eso es cierto.
¿Nos puede compartir cosas que haya visto en su carrera profesional en estos albergues?
—Hay un problema grave de tráfico humano. A muchos de esos jóvenes, los mismos padres los envían a Estados Unidos para que trabajen con personas desconocidas o si no los mismos padres vienen con los niños. Es lo que se conoce como la esclavitud moderna. Trabajan 12 horas al día por una paga mínima, viven muchas personas en un apartamento. Básicamente lo que nosotros hacemos es proteger a los niños de eso. Cuando los envían a nuestros albergue, el trabajador de caso va a identificar con qué persona segura se puede ir. No podemos dejarlos ir con cualquier persona, precisamente por eso, por el tráfico humano. En Miami pasa mucho en el área de Homestead hay un gran número de personas que están siendo traficadas. En Alabama, en Los Ángeles. Es algo bien grande, nosotros lo que estamos es protegiendo a esos niños de la esclavitud moderna.