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Quito, el último lugar del mundo donde se realiza el Arrastre de Caudas

Desde muy temprano los creyentes católicos aguardaban a que las puertas del santuario, ubicado en el casco histórico de la ciudad, se abrieran, para ocupar los mejores puestos en la ceremonia.

Cientos de feligreses se reunieron hoy en la Catedral Metropolitana de Quito para admirar el Arrastre de Caudas, un ritual funerario único en el mundo que rinde homenaje al sacrificio de Jesús en la cruz, uno de los eventos litúrgicos más tradicionales de la Semana Santa ecuatoriana.

Desde muy temprano los creyentes católicos aguardaban a que las puertas del santuario, ubicado en el casco histórico de la ciudad, se abrieran, para ocupar los mejores puestos en la ceremonia.

El Arrastre de Caudas está inspirado en un rito que se hacía en los funerales de los generales romanos.

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«El jefe sobreviviente de la legión batía el estandarte sobre el féretro del general fallecido para captar su espíritu y valentía, luego el estandarte era llevado sobre la tropa para trasmitir los valores del general difunto», explicó Richard Ordóñez, vocero de la Arquidiócesis de Quito.

Esta ceremonia históricamente celebrada por los romanos fue llevada a la ciudad española de Sevilla, y en el siglo XVI se instauró en la capital ecuatoriana que en la actualidad es la única urbe que todavía la conserva, a decir de monseñor Fausto Trávez, arzobispo de Quito y primado de Ecuador.

A las 12.00 hora local (17.00 GMT) el olor a palo santo (incienso) y los cánticos religiosos daban inicio al encuentro religioso presidido por el arzobispo, quien en su homilía hizo hincapié en la importancia de un ritual.

«Tenemos que hacer que se prolongue y extienda porque esta conmemoración es motivo de felicidad y salvación», aseguró.

El desfile inició con el Cabildo de Canónigos que recorría la catedral al son de las marchas fúnebres y en el que ocho clérigos elegidos para la ceremonia, vestían de negro y llevaban una capucha de la que se desprendía la «cauda», una capa negra y larga que se arrastra por el suelo de la iglesia.

«Los canónigos revestidos de negro simbolizan a la humanidad ennegrecida por el pecado», comenta Ordóñez.

Tras ellos, el ceremonial incluye el desfile del arzobispo ataviado con una cauda roja, que simboliza la sangre de Cristo que libra a la humanidad del pecado.

En sus manos, el máximo representante eclesial porta el «Lignum Crucis», una reliquia que contiene restos de la verdadera cruz de Jesucristo.

Los canónicos y el arzobispo que representan la muerte y la vida respectivamente, son anunciados por el sonido de unas campanas, que resuenan como llamado de atención a los creyentes para despertar su fe.

Mientras los religiosos recorren el interior de la catedral, los acólitos contemplan con admiración a cada canónigo y a cada sacerdote que arrastra su respectiva cauda.

En la Plaza Grande, fuera de la catedral, una gran pantalla mostraba las imágenes que se vivían en el interior y que no pudieron ingresar por las limitaciones de espacio.

«Nuestro pueblo tiene sed de Dios, la gente quiere oportunidades para orar, para dirigirse a Dios y hasta para quejarse de todo lo que nos está pasando», dijo a Efe el arzobispo capitalino.

El acto litúrgico, que duró alrededor de una hora y media, congregó a más de 1.200 personas, según las autoridades municipales.

«Es la ceremonia que más gente reúne en nuestra catedral, Quito no puede dejarla porque es tradicional para el mundo», señaló por su parte el obispo auxiliar monseñor Danilo Echeverría.

Para Emperatriz Mancheno, una devota que desde bien temprano aguardaba que se abrieran los accesos y que no se pierde el ritual ninguna Semana Santa, «estas ceremonias nos aumentan la fe».

«Yo vengo todos los años, recordar el sacrificio que hizo Jesucristo por amor a toda la humanidad aumenta nuestra devoción», comenta mientas su rostro dibuja una sonrisa.

En la ceremonia el arzobispo extendió su bendición a la comunidad a través de la reliquia de la verdadera cruz.

Y en la segunda parte del ritual, la batida de la bandera negra con cruz roja, primero sobre el altar, después sobre los canónigos arrodillados y por último sobre los fieles para, según la tradición, trasmitir la valentía del general caído, en este caso Jesucristo.

Fuente: EFE

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