Más de 150.000 personas han acudido a la localidad de Píllaro, en el centro de los Andes de Ecuador, para ver bailar a sus famosos diablos, en una celebración que también convoca a los buenos augurios en el nuevo año.
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Patricio Sarabia, alcalde de Píllaro, comentó a Efe que durante esta celebración, que comenzó el pasado 1 de enero y que se extenderá hasta este sábado 6 de enero, han llegado a su ciudad más de 150.000 personas, muchas de ellas desde el exterior.
«Han venido de Brasil, de Chile, hay gente alemana, han llegado de Puerto Rico, de Jamaica y de República Dominicana», añadió el alcalde que destacó la presencia de «peruanos, venezolanos y colombianos que han estado ‘a full'», de forma masiva.
También ha habido «una presencia masiva de visitantes nacionales», porque los diablos de Píllaro atraen con sus bailes, subrayó Sarabia.
Ellos son personas vestidas con ropajes vistosos y coloridos con enormes caretas de personajes diabólicos, que danzan por las calles de Píllaro cada año durante los primeros días de enero y que, para sus vecinos, supone también una forma de recibir el año con buenos augurios.
Los diablos se agrupan en grupos o «partidas» organizados por los barrios de esta pujante ciudad situada en la provincia andina de Tungurahua, en el centro del país, y muy cerca del volcán del mismo nombre que en esta época parece vigilar la celebración desde su cono nevado.
«Esta es una fiesta propia de nuestras raíces indígenas», agregó el alcalde tras señalar que se asemeja al carnaval de Oruro (Bolivia), por la forma y diseño de las máscaras.
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Es por ello que Sarabia se ha empeñado en organizar para julio próximo un «Festival internacional de la diablada» con la presencia de representantes de Oruro y de otras regiones de Suramérica donde se efectúan celebraciones similares.
Pero la de Píllaro, para su alcalde, es única, tanto por la forma como por el contenido y las historias que se han tejido sobre sus orígenes.
Algunos vecinos cuentan que la diablada comenzó en el pasado profundo, cuando los vecinos de los primeros barrios, Marcos Espinel y Tunguipamba, se enfrentaban por amor.
Jóvenes de esos barrios -según la leyenda- se disfrazaban de diablos para ahuyentar a los intrusos que cruzaban los límites de sus respectivos terruño para conquistar a las muchachas del vecindario.
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Otra de las historias cuenta que los indígenas del lugar, durante el tiempo de la colonia española, lucían las caretas de diablos como símbolo de rebeldía frente a los conquistadores.
Lo cierto es que la «diablada pillareña» -que ha sido declarada como Patrimonio Cultural Intangible de Ecuador- se ha convertido en un popular festejo que atrae a muchos con su pegajosa danza a ritmo de banda de pueblo.
Fuente: EFE