El regreso esta medianoche del expresidente Rafael Correa a Ecuador augura un choque de trenes político sin precedentes en una década en el país, tras declarar que su antiguo compañero y hoy presidente del país, Lenín Moreno, debe ser expulsado de la formación gubernamental Alianza País (AP).
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Correa abandonó Ecuador el pasado 10 de julio después de diez años al frente de la jefatura del Estado y en la que como líder de ese partido gobernó con un proyecto de izquierdas que cosechó enorme predicamento entre las clases más desfavorecidas a la par que la crítica y el temor entre sus detractores conservadores.
Con su ideario bandera de la «revolución ciudadana», el antiguo dirigente sacó adelante varias obras e infraestructuras nacionales, logró que en los años de bonanza petrolífera Ecuador tuviera un lugar en el mapa internacional, especialmente por las inversiones chinas, y que muchos ecuatorianos vieran reducirse la brecha social anteriormente rampante.
Sin embargo y especialmente en su última etapa en el poder, en no pocos sectores sociales, además de la oposición, empresarios, indígenas y periodistas, comenzó a gestarse una agria animadversión, en muchas ocasiones silenciada ante el blindaje de absolutismo político que la carismática figura de Correa ejercía mediante leyes y decretos que le favorecían.
Tras el triunfo electoral de Lenín Moreno en segunda vuelta y con un margen de algo más de 200.000 votos -lo que ya apuntaba a una reducción del apoyo a la formación oficialista-, y la salida de Correa del mapa político, se abrió la caja de Pandora.
A ello contribuyó que en poco tiempo el nuevo mandatario se distanciara de su antecesor y otrora correligionario con un nuevo talante dialogante y un acercamiento a todos los actores sociales, tal vez, consciente del fuerte enconamiento y desgaste que arrastraba el Ejecutivo anterior.
A decir de algunos analistas, Moreno debía alejarse de la alargada sombra de Correa si pretendía crear su propia senda, pero lo cierto es que este nunca le dejó.
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Conocido popularmente por el apelativo de «Mashi» (compañero, en quechua) Correa se despidió en julio de los suyos al partir hacia Bélgica, de donde es originaria su esposa, supuestamente para no volver por unos años, y de paso, cuestionar si Moreno seguiría la senda de la revolución emprendida en 2006.
Al poco tiempo el flamante presidente se queja de que Correa, economista de formación, le ha dejado un gran agujero en las finanzas del país y que la deuda puede alcanzar en su conjunto los 50.000 millones de dólares (el asunto deuda es muy sensible en Ecuador por el desplome financiero de 2000, cuando abrazó la dolarización).
Desde entonces, ambos convirtieron la red social Twitter en el nuevo coso de lidia política: el uno se defendía diciendo que «había dejado la mesa servida», para este mismo jueves acusarle de que «sumó peras con camellos».
El otro aseguraba que la «mesa estaba servida de deudas» y anunció un paquete de medidas económicas y de austeridad que Correa no ha tardado en criticar.
Lo que quedó patente es que la disputa sí que estaba servida.
Ante las píldoras de Correa en la red a propósito de su gestión como gobernante, Moreno acusó a su predecesor de tener un «síndrome de abstinencia» de poder y decidió incluir en la consulta popular que prevé sacar adelante en 2018 una pregunta para derogar una enmienda constitucional que permitía la reelección indefinida.
Otro de los grandes temas de fondo que ha enfrentado a ambos líderes ha sido la voluntad, aunque sea declarativa, de Moreno de luchar contra la corrupción, que sin duda tiene su más insigne exponente en el vicepresidente Jorge Glas, que afronta un juicio por un presunto delito de asociación ilícita en la trama de sobornos de Odebrecht.
La disensión entre ambos grupos tocó fondo cuando el pasado 31 de octubre, el ala de AP leal a Correa cesó a Moreno como su dirigente y designó en sustitución al excanciller Ricardo Patiño, decisión que no ha sido reconocida por los tribunales ni por el Consejo Nacional Electoral, pero que dan muestra del estado de cosas en la formación gobernante.
Ante la inminente llegada de Correa al país, convocado por su grupo de seguidores a participar en una convención nacional del movimiento AP el 3 de diciembre, Moreno encabezó el jueves una reunión de la directiva en Guayaquil, en la que realizó una purga de los miembros desleales.
Correa amenaza con hacer lo mismo y, en entrevista con Efe desde Bruselas, aseguró que busca una «depuración» del movimiento y que «es necesario cambiar y expulsar» a Moreno ante la «traición» del mandatario, sin descartar volver a la política.
Queda por conocer cuál de las dos locomotoras saldrá airosa en el inevitable choque, que puede desembocar en la partición final de Alianza País y supone el desafío más importante que ha tenido que asumir Moreno desde que asumió el cargo de presidente.
EFE
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