Los ‘loverboys’ son jóvenes que utilizan el engaño y el chantaje para «enamorar» a menores de edad para obligarla a prostituirse en las calles de Holanda, un país donde la prostitución no forzada es legal.
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Una investigación de El Confidencial dio con Alexandra, una víctima de los «loverboys» que cuenta con detalle su pesadilla.
El periódico español revela que la relación entre Alexandra y su «loverboy» empezó en el patio del colegio donde estudiaban.
Tenía 15 años, era una chica normal, vivía en una familia feliz, rodeada de mis hermanos mayores. No había sufrido ‘bullying’, simplemente me acerqué a ellos para ser más popular», contó la víctima.
A pesar de haber legalizado la prostitución, voluntaria y ejercida por mayores de 18 años, y de tener barrios rojos en todo el país, Holanda es terreno fértil para la prostitución infantil.
Eran chicos de mi misma edad. Algunos de mi clase. Quedamos un día y me presentaron a un hombre mayor que les pasaba droga. Me dijo que tenía que vender yo también, como el resto del grupo. Me aseguró que nunca me pillarían y que será divertido. Lo hice unas diez veces, hasta que me empecé a sentir mal y tener miedo a que mis padres lo descubrieran», rememora esta joven.
Quiso alejarse, pero ya era demasiado tarde:
No se lo tomó nada bien. Me amenazó con ir a la Policía y decirles lo que había hecho. Me dijo que ahora tenía que darle dinero, de otra manera: prostituyéndome. Me violó y luego empezó a llevarme de coche en coche para acostarme con otros hombres».
El proxeneta la recogía cada mañana y se la llevaba a Rijswik, una zona residencial a unos 20 minutos de La Haya, donde atendía a la clientela.
Me acostaba con hombres durante el día porque, claro, de noche mis padres no me dejaban salir. Él lo tenía todo calculado para que nunca me pillasen. Me sacaba de clase y el colegio nunca llamó a mis padres», se lamenta.
La Policía holandesa explica en su web que un «loverboy» actúa de diferentes maneras. La más habitual es que un chico, más mayor que la niña, se acerca a ella de manera suave, poco a poco.
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Dice amarla, «le da el calor que no puede tener en casa «y mantienen contacto constante en personas, por teléfono, y las redes sociales «para embaucarla».
Luego trata de hacer que dependa de él, por ejemplo, provocando discusiones entre ella y su mejor amiga o sus padres, para asegurarse de que solo le tenga a él para hablar.
Le dirá que la Policía no es de fiar. Y le hará hacer cosas que ella realmente no quiere hacer, hasta acabar en el tráfico de drogas y en la prostitución… A veces bajo amenaza, otras aprovechándose de su confianza.
Le dará drogas, incluso por la fuerza», añade la Policía en su página web. Un «loverboy» es un traficante, -añade-, un criminal «sin escrúpulos que quiere ganar mucho dinero a expensas de víctimas vulnerables».
Hoy, Alexandra quiere que su calvario ayude a otros: «Nadie los entenderá mejor. Yo he sentido mucha vergüenza y miedo. La gente me miraba como si yo fuera un monstruo, pero fueron ellos, mis loverboys, los que me convirtieron en un monstruo».