A las 12h00 del Miércoles Santo, todas las iglesias del mundo se unen en oración. Sin embargo, solo en Quito, la tradicional misa es el escenario para uno de los rituales únicos en Semana Santa, el Arrastre de Caudas.
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Para presenciar esta ceremonia solemne que data del siglo XVI, cerca de 800 fieles ya aguardaban lugar dentro de la iglesia a dos horas de iniciar la eucaristía, como Aleida García, quien dijo venir por segundo año a la ceremonia del Arrastre de Caudas, primero por su fe y también porque en su natal Colombia no existe algo igual. «Es una ceremonia muy hermosa y agradezco a Dios la oportunidad de poder participar de la ceremonia.
En los exteriores de la Catedral, una pantalla gigante permitiría a los fieles que no pudieron ingresar, presenciar toda la cobertura de este rito católico.
El Arzobispo de Quito, Mons. Fausto Gabriel Trávez, presidió la ceremonia, acompañado de 8 canónigos, cuya edad promedio es de 80 años, quienes son los protagonistas del punto central de la Eucaristía.
«Esta ceremonia solemne, algo tétrica, para bendecirnos a todos en Semana Santa y empezamos a pensar qué significa nuestra vida y muerte», dijo el Arzobispo Trávez.
Luego de la invocación inicial y salmos acompañados por el Coro de la Arquidiócesis de Quito y del Conservatorio Jaime Mola, se lleva a cabo el cortejo fúnebre.
Los canónigos vestidos de negro, junto a estudiantes de la Unidad Educativa «Pedro Pablo Borja 1» en su papel de ministros, recorrieron las alas de la Catedral hasta llegar al altar principal, donde se arrodillaron y esperaron a que el Arzobispo los cobije con la bandera de la resurección, una gran tela negra con la cruz roja en la mitad, la cual representa el luto de la humanidad.
Al finalizar, el Arzobispo golpea el asta de la bandera tres veces contra el suelo, cada golpe representando uno de los días de sepultura de Cristo. Esto da paso al rito final, la bendición del Lignum Crucis, reliquia de la verdadera cruz de Cristo.
El rito del Arrastre de Caudas nació en la Catedral de Sevilla, heredada luego por la Catedral de Lima y por último a Quito, siendo la única que conserva la tradición. Su origen se remonta a antiguas ceremonias romanas y fue trasladada a los rituales de la Iglesia Católica en Semana Santa, para rendir un homenaje a Cristo, el «general muerto».