Este 19 de febrero ecuatorianos irán a las urnas para elegir el próximo presidente del país entre ocho candidatos. Son ocho candidatos que se presentan para ocupar la presidencia tras diez años de Rafael Correa en el gobierno.
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En la década de 2007-2017, Correa se involucró en casi todo asunto que generara interés en el país, haya sido político, social, económico, religioso o deportivo, sea en persona o a través de su red social preferida: Twitter.
Fue protagonista de gabinetes itinerantes y de unos 500 enlaces ciudadanos en todo el territorio ecuatoriano, conocidos informalmente como «las sabatinas».
Son cadenas mediáticas en las que, para sus seguidores, llevó la política a actores nacionales que nunca habían sido tenidos en cuenta antes y que, para sus detractores, le sirvieron para defenestrar a sus opositores cada sábado en vivo y en directo.
No hubo aspecto de la realidad nacional o detalle en que Correa no estableciera una agenda política —desde su forma de vestir hasta su bombardeo de slogans de campaña— a partir de un aparato de medios amplio, conformado por diarios, radios y televisiones estatales.
También recurrió a estrategias de comunicación —como la que habla de la década ganada— tan efectivas como agresivas, que muchos políticos de la oposición han criticado en público pero —muy posiblemente— han envidiado en privado.
Correísmo
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Esa omnipresencia, para los fieles a su «Revolución Ciudadana», nace de una suerte de omnisciencia, de acuerdo con la información de BBC.
Todos sabían hace 10 años que el país necesitaba un cambio radical, tras haber tenido 12 presidentes desde el retorno a la democracia en julio de 1978 (entre ellos un interino, una presidenta de tres días y un triunvirato cívico-militar que duró apenas horas).
Pero sólo Correa supo convertir en realidad ese reclamo social de una mayor presencia del Estado en los asuntos de la nación y un líder fuerte que impulsara esta renovación de la identidad nacional, aunque la velocidad con la que encaró esos cambios pareció indicar que no quería sólo renovar su país sino refundarlo.
Para sus críticos —sean aquellos que él mismo eligió como enemigos desde el comienzo de su mandato (representantes de la vieja política o «Partidocracia», banqueros de la «larga noche neoliberal», periodistas «sicarios de la tinta») o aquellos que se fueron desencantando en el camino— la omnipresencia se volvió omnipotencia.
No la del poderlo todo, sino la del querer llevar su poder (ejecutivo e indiscutido) a todas partes: desde los pasillos de los tribunales, pasando por las redacciones de los medios hasta las aulas de las universidades.
Tanto trajín y tanta controversia han hecho que los ecuatorianos, divididos por accidentes geográficos (la costa o la sierra), ciudades hegemónicas (Quito o Guayaquil), o clubes de fútbol (Barcelona o la Liga Universitaria) lleguen a este 19 de febrero con casi exclusivamente dos camisetas: correístas y anticorreístas, aunque este apellido no esté en las papeletas.
Cuestión política
Esta división tajante de las aguas hace que, dependiendo del interlocutor, uno reciba versiones del mandatario —y del país— absolutamente contradictorias.
«En lo político, Correa es un caudillo: no se fortaleció la democracia, por el contrario, se restringieron las libertades, se estableció un marco jurídico represivo y se golpeó duramente a los movimientos sociales que viabilizaron el triunfo de Correa en el 2006», le dice a BBC Mundo Alberto Acosta, expresidente de la Asamblea Nacional.
Acosta fue uno de los mentores políticos de Correa que luego se enfrentó con el mandatario. Aunque le reconoce al gobierno la reducción de la pobreza hasta el año 2014, sostiene que los más poderosos del país obtuvieron simultáneamente los mayores beneficios de toda la historia.
«En términos relativos la inequidad en la distribución del ingreso disminuyó (medida por el coeficiente Gini), pero en valores absolutos la desigualdad se incrementó. La ‘década ganada’ fue para pocos: grandes grupos económicos, el capital chino (tanto petrolero como minero), y hasta el clásico capital financiero internacional».
Sin embargo, para el historiador Juan Paz y Miño, el gobierno de Correa marcó el inicio de un nuevo ciclo histórico, superando el modelo empresarial/neoliberal:
«Se reinstitucionalizó al Estado sobre la base ciudadana, se afirmaron las capacidades regulatorias del Estado en la economía; gracias a la Constitución de 2008 se garantizaron los derechos más amplios; se dio prioridad a las condiciones de vida y de trabajo de la población por sobre los intereses del capital».
El historiador le dijo a BBC Mundo que la «década ganada» se entiende a partir de la conjunción de tres elementos: el desarrollo y modernización de la economía; el progreso material del país (obras públicas) y los logros sociales en áreas como educación, salud, seguridad social, con redistribución de la riqueza y mayor equidad.
Economía
Como reconoce a BBC Mundo el actual Ministro Coordinador de Política Económica, Diego Martínez, los altos precios del principal producto de exportación ecuatoriano —el petróleo—, permitieron al gobierno de Correa emprender un programa de mejoras en la infraestructura productiva, vial, educativa y de salud.
Pero además de los ingresos dejados por el barril de crudo, se avanzó en materia tributaria, indica el exgerente del Banco Central Ecuatoriano.
«El incremento de la eficiencia en la gestión de la recaudación promovió un aumento de la participación de los ingresos tributarios en el total de ingresos fiscales del Gobierno Central, alcanzando una representación de 76,6% en 2015, frente a 61,6% en 2006».
Para el ministro, todos estos datos no son simplemente cifras sino que demuestran que en estos años «hemos construido una sociedad con oportunidades, oportunidades que hasta antes de este gobierno le fueron negadas a la mayoría de la población».
Sin embargo, para el economista Walter Spurrier, aunque hay aspectos para destacar como la mayor recaudación impositiva y la modernización de la infraestructura nacional, se desperdició la oportunidad de desarrollar el país con esa gran bonanza petrolera que terminó en 2015.
«El sesgo anti capital (del gobierno) privó al país de inversión privada que hubiera resultado en un elevado crecimiento económico. En su lugar deja al Ecuador con el gasto público que no tiene cómo cubrir, y que no puede licuar vía devaluación por estar dolarizado».
Si Martínez destacaba las oportunidades que no tuvieron los ecuatorianos en el pasado, Spurrier alerta sobre la falta de oportunidades en el futuro.
«El próximo gobierno está condenado a un largo período de recesión, que dure todo su mandato, o a tomar medidas para reducir el déficit fiscal y bajar el costo de producir en el país, todo lo cual es impopular y de difícil viabilidad política».
La naturaleza, escenario de batalla
Otro de los aspectos en los que el presidente Correa ha sido duramente criticado es en su política ambiental, aunque al inicio de su mandato pareció tener a los ecologistas de su lado.
El economista ecológico Luis Lara recuerda que los principales avances en esta materia se registraron en los primeros años, «al haber dejado un referente jurídico político que la historia constitucional ecuatoriana no lo podrá borrar jamás».
Los derechos de la población a vivir en un ambiente ecológicamente equilibrado y el derecho de la naturaleza a que se respete su existencia fueron consagrados en la Constitución de 2008 en los artículos 14 y 71.
El mayor retroceso es que hoy, a contrapelo de esta victoria constitucional, gran parte de los páramos, bosques de neblina y húmedos tropicales del país se encuentran amenazados por el inicio de una de las actividades más contaminantes del planeta como es la minería industrial a gran escala», señala Lara, miembro de la Asamblea de los Pueblos del Sur.
Además de la megaminería, otro proyecto que enfrentó al mandatario con sectores ecologistas fue la explotación petrolera en el Parque Nacional Yasuní, tras fracasar la iniciativa oficial de recibir una compensación internacional por el ingreso no percibido al no explotar una de las regiones de mayor biodiversidad del planeta.
«La propuesta de conservar el crudo del Yasuni ITT (campos Ishpingo, Tiputini y Tambococha) en el subsuelo, fue sin duda muy importante», dice Esperanza Martínez, miembro fundadora de la organización Acción Ecológica.
Para Martínez, el presidente siempre quiso explotar el ITT «pero desde una posición pragmática ganó tiempo con la propuesta internacional: tiempo para adelantar con la infraestructura para la explotación del campo, para lograr varios créditos con China y para lograr una imagen internacional con un simulacro de agenda ecológica».
BBC Mundo consultó al Ministerio de Ambiente para escuchar su versión, pero desde esa cartera de Estado se nos dijo varios días después que al ser uno de los temas a tratar el Yasuní debía consultarse al Ministerio Coordinador de Sectores Estratégicos, que finalmente no respondió nuestra consulta.
Corporaciones mediáticas
Si el medio ambiente sufrió un calentamiento de críticas y controversias en los últimos diez años, la relación entre el presidente y los medios de comunicación fue otra de las áreas rojas de esta década pasada.
Para Daniel Wilkinson de la organización Human Rights Watch, «Correa ha tenido a la prensa independiente entre ceja y ceja desde el inicio de su presidencia, y se ha esmerado en enviar el mensaje que su gobierno no tolera la crítica».
«Lo ha hecho, por ejemplo, a través de juicios penales y civiles millonarios por difamación contra periodistas y directivos, así como la aprobación de una ley de comunicación que le otorga amplios poderes al gobierno para sancionar a medios independientes e influir en su cobertura».
Martín Pallares, periodista del sitio web 4pelagatos, uno de los medios más críticos al gobierno, coincide con el diagnóstico del representante de la organización de defensa de los derechos humanos con sede en Washington:
«Lo que queda después de diez años en lo que respecta a los medios de comunicación es la práctica destrucción de la prensa independiente, que sufre de un vacío de contenidos debido a una autocensura por el temor a ser sancionados por el gobierno, ya sea a través de la Ley de Comunicación, de procesos judiciales o de ataques del presidente».
En la otra orilla, Patricio Barriga, secretario nacional de Comunicación, considera que todas estas denuncias carecen de fundamentos.
«No existe un solo periodista detenido por ejercer su oficio ni un solo medio cerrado por su línea editorial. Lo que sí ha habido es una sistemática campaña de desprestigio por parte de ciertas organizaciones no gubernamentales y asociaciones de empresarios dueños de medios de comunicación, quienes no están defendiendo derechos sino sus intereses particulares o corporativos».
Para Barriga, «si alguien habla de pérdida (en esta década), lo hace desde aquel espacio del poder fáctico en el que se constituyeron ciertas corporaciones mediáticas, las cuales usaron su tinta, pantalla y micrófono para incidir o afectar al poder democráticamente constituido; quizá por ello su reacción tan enconada, porque han visto mermados sus privilegios».
Finaliza el periodo presidencial
La despedida del poder de Rafael Correa no ha sido fácil, pero era difícil que un hombre que gobernó su país con la intención de refundarlo, y que a cada paso se definió a partir de la elección de sus enemigos, viviera un final sencillo.
Luego de meses de especulaciones sobre su futuro político, con una reforma constitucional que garantizó la reelección indefinida pero que lo excluyó de ser beneficiado por ella —al menos por ahora— Correa eligió a los dos hombres que han sido sus vicepresidentes para liderar el binomio oficial.
Sus últimos días en el Palacio de Carondelet lo encuentran respondiendo a las denuncias de corrupción que han caído sobre funcionarios de la empresa estatal petrolera y esquivando las gotas de barro que han salpicado a varios gobiernos latinoamericanos por el escándalo de la empresa brasileña Odebrecht.
Lejos de Quito, en la provincia suroriental de Morona Santiago, hay militares desplegados luego de que el gobierno decretara el estado de excepción (que se extendió entre el 14 diciembre y el 14 de febrero) tras el ataque atribuido a un grupo indígena en contra del campamento minero de Panantza, que dejó un policía muerto y varios heridos.
Pero todo esto no ha evitado que el binomio de su partido llegue al día de las elecciones como el mejor posicionado y que todo el misterio de la jornada electoral no gire alrededor de quién será el ganador sino de si habrá o no segunda vuelta.
Hay algunos que vaticinan que el presidente seguirá gobernando en las sombras si gana su candidato y otros que especulan que volverá con más fuerza en algunos años si este domingo gana la oposición.
No falta quien teme que en su ausencia se esfumen logros sociales alcanzados en su presidencia y quienes sólo le desean —como en la novela de Raymond Chandler— un triste y solitario final.
Pero nadie, luego de 10 años, ha quedado indiferente a la suerte de Rafael Correa, ése es el gran legado de su omnipresencia.