Cuando el 22 de agosto de 2016 el médico Julio César Ayuso comenzó a revisar a su paciente, buscaba otra cosa. Estaba centrado en saber si ese hombre, un reo de 59 años, había sido torturado o recibido malos tratos. Fueron tres horas en las que el perito en Psiquiatría por el Tribunal Superior de Justicia de México dejó todo registrado. No había secuelas.
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Sin embargo, lo que descubrió el experto en el Protocolo de Estambul fue algo mucho más sustancial. Joaquín «El Chapo» Guzmán Loera, así el nombre del paciente detenido al que revisaba, presentaba signos de una demencia. Leve, pero progresiva.
«El objetivo del dictamen era centrarnos en si hubo tortura o malos tratos en contra de su persona», explicó Ayuso. Pero arribó a otro diagnóstico: «Llegué a la conclusión de que el señor Guzmán Loera presentaba trastorno de ansiedad generalizada, un trastorno neurocognitivo leve (conocido como demencia) y comenzaba a presentar olvidos».
En algunas pruebas aplicadas presentó fallas, sobre todo en cuestiones de memoria, no fue capaz de precisar fechas, el lugar donde se encontraba, lo que había desayunado o comido ese día», agregó el perito médico. «Me decía que no estaba loco… le preocupaba no estar loco, pero tenía alucinaciones auditivas, por ejemplo, escuchaba el ruido de vasos, escuchaba que iban personas caminando afuera de su celda, pero al asomarse no había nadie», relató Ayuso.
De confirmarse este diagnóstico, podría resultar clave durante su juicio en los Estados Unidos. Si bien es casi imposible que logre esquivar una condena de por vida, es difícil saber si estará en condiciones de señalar a cómplices, lugartenientes, jerarquía de su organización criminal y el complejo circuito «empresarial» de distribución de droga. La demencia leve que le fue hallada, ¿le habrá hecho olvidar estos puntos fundamentales del Cártel de Sinaloa? De todas maneras, esa enfermedad deberá ser ratificada por los médicos forenses de los Estados Unidos.
Cuando me contó esto último (respecto a que escuchaba personas fuera de su celda), primero no quería admitirlo, porque le preocupaba mucho mostrarse débil porque esto le quitaría jerarquía dentro del ámbito criminal. Él insistía en que no quería ponerse mal, quería poder dormir, porque en prisión lo tenían todo el tiempo con la luz prendida», relató el médico en declaraciones a El Universal. Ayuso concluyó: «Este constante exceso de luz alteró drásticamente su estado de salud mental».
Lo cierto es que «El Chapo» enfrentará una casi certera condena de por vida en una cárcel de los Estados Unidos, algo que temió a lo largo de toda su carrera como capo. En México hablan del «fin de una era». Quizás sea el comienzo de una nueva.
Fuente: Infobae