La comunidad indígena shuar ha trasladado a su emprendimiento turístico en el suroeste de Ecuador el uso de la medicina natural, que se sirve de las hierbas para sanar a los enfermos y emplea terapias como los baños termales.
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Asentada hace 42 años en el cantón (municipio) de Naranjal, en la provincia de Guayas, esta comunidad lleva once gestionando el complejo turístico «Tsuer Entsa», compuesto de piscinas naturales de agua caliente y fría, un sencillo comedor -también usado para las exhibiciones de danza tradicional- y alojamiento.
Arturo, el cacique de la comunidad, no nació aquí. A diferencia de muchos de sus hoy vecinos, él fue traído por su familia del Oriente ecuatoriano, lugar de origen de la etnia shuar.
A sus 72 años, Arturo recibe a los turistas con el torso desnudo y una falda larga que le cubre hasta los tobillos. Va ataviado con collares de colores y un cintillo con plumas en la cabeza, y sostiene una lanza en su mano.
Tiene problemas de audición y le faltan algunos dientes, pero ofrece una amplia sonrisa cuando habla. «No sabía leer, yo estudié aquí. Aquí me enseñaron castellano», afirma con un tono de voz apenas perceptible, aunque lo eleva un poco y se ríe orgulloso cuando relata que ha tenido 9 esposas y 15 hijos.
«Aquí se tratan dolores musculares, huesos, reumatismo… Los adultos muchas veces toman baños para la tos y la gripe. Quienes vienen lo hacen por sanidad, por un medio saludable», detalla Lequi, quien señala que la mayoría de turistas llega de Ecuador, Perú y Colombia, aunque también de Brasil, Canadá y Estados Unidos.
Además de encargarse del «gobierno» de la comunidad y de ejercer la ley dentro de la misma, salvo en crímenes graves, como violaciones o narcotráfico, en los que acude a la Policía, Vásquez es terapeuta, cumple «el papel de chamán», afirma.
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«Hago limpias, curaciones para el cuerpo, hago un conjunto de terapias, hidromasajes, masaje manual, con los pies, quiropraxia, para el estrés… Medicina natural, nada de químicos, solo lo autóctono, nuestras hierbas», dijo a Efe.
La comunidad está compuesta por 64 personas repartidas en 23 familias y desde el 21 de diciembre de 1977 goza de personalidad jurídica, aunque solo desde hace once años gestiona este complejo turístico.
Al margen del espacio para los visitantes, los indígenas disfrutan de 473 hectáreas de terreno para uso particular, según afirma Vásquez, y se abastecen tanto de productos locales como de compras en la vecina localidad de Naranjal.
Darse un baño en las aguas termales, como hace una anciana llamada Isabel por primera vez a sus 95 años, según cuenta a Efe, cuesta 3 dólares y 15 alojarse una noche. De los ingresos percibidos, el 50 por ciento se emplea en mantener y mejorar las instalaciones.
Uno de los platos fuertes que los shuar ofrecen a los turistas es la presentación de danzas tradicionales, en la que los jóvenes de la comunidad, ataviados con los trajes típicos, presentan parte de su cultura ancestral.
Elsa, de 27 años, empezó a bailar para que sus tres hijos también lo hicieran y expresa que le gusta «transmitir la cultura propia a otras personas». Defiende que la comunidad se ha «civilizado» mucho en los últimos años, a raíz del contacto con gente de fuera, y que eso la ha beneficiado en algunos aspectos.
Por su parte, Fabián, de 23 años, es, como él mismo se denomina, «el profesor de danza» y, aunque le gusta exhibir sus tradiciones, sueña con poder salir de la comunidad «algún día».
En un rincón de la cordillera de los Andes, donde el bosque es húmedo y lluvioso -según cuentan, lo más parecido a la Amazonía de la que salieron-, los shuar aplican sus métodos más ancestrales para tratar de subsistir en el moderno negocio del turismo. EFE