A pocas semanas del evento electoral, recurrir a la campaña del llamado voto útil forma parte del guion al que se abraza el partido político que se siente en desventaja y que conoce, por datos que van más allá de las encuestas, que hay otras fuerzas políticas, independientes o con matices ideológicos más coherentes, que van ganando terreno.
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A la convocatoria a ese voto útil se ciñe una colectividad que percibe la necesidad que el electorado que transita al margen del grupo de sus fieles seguidores cierre filas con su opción de partido mayoritario y, al así hacerlo, firme un cheque en blanco y endose a ciegas un programa de gobierno y unos candidatos que poco o nada les representan.
Para lograr ese objetivo, quien convoca a gritos la estrategia del voto útil arma un discurso dirigido a descalificar a sus oponentes “menores”, minimizando su valor en la contienda electoral y advirtiendo al elector que ese voto, que va a favorecer a otros, es uno perdido.
Sin embargo, el voto útil es una mentira. Todos los votos son útiles, desde el que afirma la intención de romper el bipartidismo que nos ha llevado a la peor crisis de nuestra historia, hasta el que se ejerce en blanco o el que daña una papeleta en abierta señal de repudio a la oferta política del momento.
En ánimos de fortalecer nuestros espacios democráticos, el electorado puertorriqueño debe dejar de consentir esa vieja hazaña de los candidatos tradicionales de lanzarse despavoridos entonando su lamento para pedir el voto prestado a cambio de promesas que, en la mayoría de los casos, nunca se hacen cumplir.
Eso debería acabar. En estas elecciones, que sí tienen un valor particular para nuestro presente y que se desarrollan en un contexto importante para el país. Quien quiera un voto que se lo gane presentando proyectos concretos, no genéricos; que persuada al elector con propuestas claras, no ofrecimientos vanos que no son más que una lista de deseos y aspiraciones huecas que luego se convierten en sombras del olvido.
Asimismo, hay que desautorizar a los aspirantes a cargos públicos cuando, impulsados por sus estrategas, vengan con técnicas de intimidación a advertirnos, insuflando miedo, la urgencia de derrotar al adversario porque, simplemente, es malo.
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A quien venga con ese libreto hay que dejarle saber que no somos tontos ni tontas. Que conocemos, ante todo, que los que han dirigido los destinos de nuestra isla por más de medio siglo han dejado grabada las señas de su incapacidad.
Permitir el chantaje del llamado voto útil es apostar por más de lo mismo. Hay que despertar nuestra suspicacia colectiva, y para eso los candidatos a puestos políticos deben sentir la desconfianza de un pueblo que acentúa su indignación por ver cómo nos han sumergido a una crisis económica severa, con aumentos de impuestos, privilegios a quienes más tienen, actos de corrupción y políticas públicas que afectan nuestra calidad de vida.
En estas elecciones, el voto debe usarse para endosar solo a quienes representen —con propuestas concretas, sin retóricas ni poesías— la esperanza para forjar un nuevo Puerto Rico. Quien no sea capaz de avivar ese anhelo sencillamente que no goce del privilegio del voto.
No olvidemos que en esta contienda nos jugamos el futuro social, económico y político de nuestro país. Miremos más allá de lo ordinario y busquemos alternativas que nos permitan construir un nuevo tablero político, descontaminado de las viejas prácticas del bipartidismo.
Asumamos la utilidad del voto y empecemos a hacer la diferencia. Afinemos nuestras conciencias y hagamos que el evento electoral que se aproxima nos encamine con fuerza hacia la construcción de un modelo de participación más amplio y democrático; más pluripartidista. El momento es propicio para comenzar a romper las cadenas que nos han impedido desarrollar un mejor y más próspero Puerto Rico.