Una semana después del fatal terremoto de magnutud 7,8 que golpeó el sábado pasado Ecuador, los ciudadanos se debaten entre el miedo que les producen las réplicas y el deseo de volver a la normalidad levantando de nuevo, aunque sea de forma precaria, lo que perdieron cuando tembló la tierra.
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Restablecer alguna rutina aún es imposible en Manta, una de las ciudades más afectadas por el sismo de magnitud 7,8 que causó al menos 654 muertos y 12.492 heridos y sumió a los ecuatorianos en un estado de zozobra del que no logran salir.
A ello contribuyen los mensajes de origen desconocido que les alertan de que habrá un terremoto peor, seguido de un tsunami que barrerá Manta y otras ciudades de la costa; rumores que los ciudadanos descartan al levantarse, pero que pesan cuando llegan las réplicas.
Las últimas fuertes, registradas la noche del jueves, tuvieron una magnitud de 6,2 que avivó el miedo en el barrio de Cocay, donde los vecinos se alejaron a toda prisa de sus casas mientras Marzo Salvador Aguayo trataba de calmarlos.
«Yo sé como es esto, ya viví un terremoto en 1989…Ya tengo experiencia, así que les dije que eso (las réplicas) va a pasar, que es normal que lleguen», explica Aguayo.
Los vecinos de la manzana se organizan para almorzar ceviche preparado por Rosa Mero, una escena que se repite en todo Cocay, donde la colaboración de la comunidad hace posible que todos coman compartiendo los paquetes de alimentos que llegan y lo que pueden comprar.
En algunos lugares llegan a congregarse 150 personas que cocinan sopa y calman en grupo sus inquietudes.
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«Hay rumores de que va a haber un terremoto más fuerte y que tenemos que salir de aquí, pero nosotros no tenemos a donde ir, por eso estamos refugiados en nuestra casa», cuenta emocionada Matilde Macías, quien asegura que los nervios de la comunidad están «alterados».
Para combatir la angustia los medios emiten mensajes en los que se pide no reproducir avisos falsos que puedan hacer daño, y organizan debates televisados en los que insisten en la imposibilidad de predecir un terremoto de magnitud superior a 7,8.
Junto al miedo, se hace fuerte el deseo de volver a la normalidad, algo palpable en comerciantes, pescadores y personal sanitario de Manta.
En una explanada cerca del barrio de Tarqui los dueños de pequeños comercios perdidos en la tragedia han delimitado el suelo con piedras y palos recogidos entre los escombros para levantar de nuevo sus negocios y poder mantener a sus familias.
El recuadro en el que está escrito el nombre de la familia Cadena, todos ellos con pequeños comercios antes del terremoto, es vigilado por Gloria, que vendía bisutería en Tarqui y que ahora no sabe qué ofrecerá, pero tiene claro que saldrá adelante.
«Hemos venido a improvisar, a poner aunque sea ahí un pedacito de nuestro negocio, ya que no tenemos como ‘solventar’ a nuestras familias, no tenemos comida», declara.
En situación similar está Isabel Madero, que regentaba una zapatería ahora extinta y que espera volver a lanzar con calzado que le presten vecinas para vender.
Madero cuenta que solo quiere salir adelante y rechaza «más impuestos» para sufragar la reconstrucción, anunciados por el Gobierno ecuatoriano, y pide en su lugar mediación para que los bancos les aplacen durante unos meses el pago de las deudas contraídas por la tienda que tuvo hasta el sábado pasado.
También se empiezan a reconstruir algunas casas y hoteles, en los que se arreglan las grietas en la pintura creadas por el sismo, y los servicios sanitarios, donde la mayoría de las pacientes solo requieren asistencia ambulatoria.
En el hospital general Rodríguez Zambrano atienden a los pacientes en una explanada cercana a la espera de que un informe oficial indique qué porcentaje del edificio puede ser utilizado sin peligro, y también de que el susto pase entre los médicos.
«El miedo a las réplicas es el único problema que tenemos ahora», dicen fuentes de la gerencia del centro, que ha atendido a más de 500 heridos desde que la tierra tembló y evacuaron el hospital.
En la explanada cuentan con dos unidades móviles quirúrgicas, y los casos más graves se trasladan a Quito o Guayaquil, lo que, unido al suministro de medicinas, hace que se encuentren actualmente «en un día normal a nivel de urgencias».
La diferencia está en la actitud del personal, reacio a entrar en el edificio para llevar suministros.
«Díganle al mundo que no queremos entrar», piden las enfermeras, encargadas de llevar utensilios a urgencias.
Fuente: EFE