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El centro de Portoviejo, una de las ciudades ecuatorianas más golpeadas por el terremoto de magnitud 7,8 que sacudió el país este sábado, es ahora una postal de escombros y polvo de los edificios derrumbados, donde aún quedan víctimas por rescatar.
Entrar en la zona implica esquivar obstáculos en el suelo, protegerse la boca y la nariz para no respirar polvo y también acostumbrarse a que tiemble el suelo cada vez que las grúas raspan los edificios para apartar desechos.
Portoviejo, capital de la provincia de Manabí, es un trasiego constante de equipos de rescate de Ecuador , Colombia, Perú, España y otros países que han acudido a ayudar tras el sismo, que deja 480 muertos y unos 4.000 heridos.
El daño en el centro de la ciudad se ve en los escombros de extintas construcciones, pero también en el resto de edificios que, parcialmente destruidos y con grandes grietas en su base, amenazan con derrumbarse en cualquier momento.
Ya no hay sombras seguras, advierte sin cesar el equipo que dirige Carlos Ceballos, teniente de comisión de tránsito de Ecuador , quien desde la madrugada del domingo busca en tres zonas del centro personas atrapadas bajo los escombros.
«De los tres escenarios hemos podido hacer la recuperación de 21 personas sin signos vitales, y el día de ayer en el hotel El Gato pudimos rescatar a una persona con vida», explica a Efe.
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En los restos de El Gato buscan hoy tres personas con vida gracias a la información que les suministró la víctima rescatada el día anterior, el administrador del establecimiento.
Sin saber cuánto tardarán, ya que cada situación es diferente a la anterior, Ceballos y sus hombres se arman de paciencia y paran la grúa, se acercan y tratan de distinguir si hay alguien atrapado.
Tras desistir, la máquina vuelve a encenderse y el proceso se repite cada media hora bajo la atenta vigilancia de un par de helicópteros y un dron, que forma parte de la tecnología de último modelo que ayuda en el rescate, compuesta también por modernos radares.
El bálsamo para este fatigoso y caluroso procedimiento son los repartidores de agua gratuita, una ayuda inestimable para quienes buscan a los atrapados en los escombros.
Los repartidores, que evitan el desfallecimiento bajo más de 30 grados, también entregan modestos almuerzos, casi el único plato completo que se encuentra en la zona, donde los alimentos empiezan a escasear.
Mientras, funcionarios ecuatorianos recorren la zona para evaluar con desazón los daños y ver qué se puede hacer con lo que queda en pie.
La dimensión del daño es para el contralor general, Carlos Pólit, «incalculable», según comenta a Efe durante su ruta.
«Realmente aquí no hay una calle donde pueda circular libremente, todo está en el piso», afirma el contralor, que ha alcanzado un acuerdo para que «todo el sector público pueda utilizar los bienes del Estado», como vehículos o maquinaria, para ayudar a la población afectada.
El destrozo de las calles ha llevado también a una creciente inseguridad, que se palpa incluso en los recorridos más cortos y que hace que bomberos y policías alerten en grupo a las potenciales víctimas.
Las casas que perdieron alguna pared en el terremoto ya han sido saqueadas, y se mira con desconfianza a los muchachos que se acercan a hablar con quienes caminan en solitario, mientras los vecinos cuentan casos de asaltos ocurridos en las últimas horas.
Todas las calles del centro de Portoviejo están acordonadas, sus comercios permanecen cerrados y el aire es una humareda gris; quienes conocieron la ciudad antes del terremoto auguran una reconstrucción de años.