El Molino San Juan es uno de los lugares emblemáticos del norte del país. Su historia se remonta al siglo XVI de la mano de los jesuitas y, gracias a sus actuales propietarios, ha tomado nuevos rumbos dedicados a preservar la historia y el turismo.
PUBLICIDAD
Junto a Destinos, de Ikono – Productora Audiovisual, visitamos la hacienda y fuimos testigos del legado cultural que encierra.
Jaime Pallares indica que en 1690 la hacienda pertenecía a los sacerdotes jesuitas y, dada su expulsión del país, en 1860 Roberto Jarrín adquiere la propiedad. Al comprarla, se decidió mantener los cultivos de maíz y cebada, y su hijo Aquiles, emprendió la idea de procesar esa materia prima y producir harina.
Es ahí donde empieza el diseño del conocido Molino San Juan y funciona como tal hasta 1940. El sistema de poleas y ejes funcionaba con energía hidráulica gracias a una afluente del nevado Cayambe.
La infraestructura quedó obsoleta con la llegada de la luz eléctrica. Es entonces que se decide dar otro uso al lugar y acoplarlo para el turismo, conservando en su interior el diseño de esa época y objetos que fueron parte de la historia de la antigua hacienda.