Casi dos horas por un camino de segundo orden, decorado por paisajes tropicales y andinos, terminan en un oasis rodeado por un desierto en Ecuador, donde los campesinos desafían los efectos del cambio climático gracias a un reservorio, del que brota vida desde un cerro cercado por montañas.
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En Seucer bajo, en el cantón Lluzhapa de la provincia de Loja, germinan de a poco cultivos regados por agua de vertientes naturales que recorrieron 20 kilómetros antes de llegar a un reservorio que quedó a medio construir hace 15 años, pero que ahora opera gracias al proyecto Foreccsa del Ministerio de Ambiente de Ecuador.
Con la asistencia técnica del Programa Mundial de Alimentos, el proyecto es parte de las medidas de adaptación implementadas en comunidades vulnerables a los efectos del cambio climático en la cuenca del río Jubones, que cruza las provincias de Azuay, El Oro y Loja, en el sur de Ecuador, antes de llegar al océano Pacífico.
Cebolla, pimiento, fríjol, maíz, entre otros cultivos, pintan de diferentes tonos de verde pequeñas partes del desierto de Jubones cercanas al reservorio, que campesinos como Patricio Salazar quieren que se expandan con la aplicación de diferentes técnicas de riego, que espera vengan en una segunda parte del proyecto.
«Aquí no tenemos otra salida más que la agricultura», dice a Efe a los pies del reservorio, con capacidad para 6.000 metros cúbicos, donde cuenta que hijos de Seucer salieron en el pasado a EE.UU. o España en busca de mejores condiciones de vida cuando las esperanzas de las cosechas dependían más del cielo que del suelo.
Ahora «ya es bonito», en la zona «se siembra de todo, madura de todo y hay para subsistir», comenta el también agricultor Segundo Toledo, quien ha vuelto después de años a la zona y que comparte con Salazar que con más agua, las desnudas montañas que flanquean el cerro donde está el reservorio, servirían para cultivos.
En medio del clima cálido y seco, que pronto se torna frío, lo dicen con la seguridad que les da haber visto laderas cercanas, vía a la costa, donde hay gente que cultiva plátanos, entre otros.
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Pero el agua no solo es vida en el modesto Seucer arropado por macizas montañas que, a la distancia, parecen estar embutidas en terciopelo marrón.
Y es que a escasos minutos de la población de Saraguro, también en la provincia de Loja, está la comunidad de Tuncarta, que en idioma quichua significa «lugar donde se puede escribir una historia».
Ahí, el agua ha escrito más de una historia en renglones de solidaridad, progreso y trabajo mancomunado, relata su presidente Danilo Medina, que, a sus 27 años, lidera una comunidad de un millar de personas que, gracias al agua, han logrado mejores pastos que han aumentado la crianza de cuyes (conejillos de indias) y borregos, con lo que han mejorado sus ingresos económicos.
Como todo un saraguro: pantalón negro una cuarta más arriba del tobillo -lo necesario para tareas agrícolas-, un poncho negro y su pelo recogido en una gruesa trenza negro azabache, comenta a Efe que desde el reservorio mejorado por Foreccsa en su zona corre agua a la comunidad para los cultivos de verduras, sustento de las familia.
Los 30.000 dólares que invertió Foreccsa en la mejora del reservorio de 6.000 metros cúbicos, las mangueras y la capacitación sobre técnicas de cultivos, han dado tranquilidad a comunidades «que sufren por la falta de agua», dice Medina, quien apunta que por el cambio climático ahora no saben cuándo lloverá.
Entre los ejes principales del proyecto, que contempla un enfoque de adaptación basado en comunidades y en ecosistemas, figuran el cambio climático, la seguridad alimentaria y género.
Juana Japa recuerda que por la falta de agua para el pasto y el fuerte verano del año pasado tuvo que comprar afuera el alimento para sus cuyes y su mala calidad mató a 60. Ahora tiene 320 y repite «el agua es la vida, sin agua no podemos vivir».
Con seis hijos -el mayor de 23 años y la menor de siete meses- María González cuenta a Efe que a las 3.000 plantas de «tomate riñón» que crecen en cargados racimos colgados en largos tallos que pueden superar los cuatro metros, ahora -gracias al riego por goteo con manguera-, ha sumado 300 plantas de la fruta del babaco, con cuya venta ha mejorado, entre otros, la alimentación de sus hijos.
Medina calcula que cada familia paga 1,50 dólares mensuales por 20 metros cúbicos de agua de riego. Parecería poco, pero: «Es difícil. A veces una familia no tiene ni un dólar diario en el bolsillo», se lamenta aunque enseguida destaca la solidaridad de los hijos de Tuncarta para compartir sus productos. EFE
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